Hace unos días habría cumplido 85 años un enorme escritor, periodista, dramaturgo y persona: Vicente Leñero. Partió al terminar 2014. Mi primer acercamiento con su trabajo fue leyendo El evangelio de Lucas Gavilán, y me pareció un acontecimiento. Quizá era mi edad, o el momento, pero me movió el tapete; es a mi gusto una obra innovadora y muy actual. La leí dos veces.
Más tarde, con Los periodistas, entró en mi cajón de grandes personajes por su lenguaje crudo, comprometido, sin perder la objetividad aún en la tragedia que Excelsior sufrió frente a estos poderes barrocos que nos han gobernado en México. Entre Leñero y mi papá me hicieron odiar los sucesos en el periódico y las fuerzas políticas que creen tener el derecho y la lucidez para modificar la conciencia nacional. Al paso de los años, nombres como Luis Echeverría, Regino Díaz Redondo y otros más, ganaron su lugar entre los indeseables. Me parece ridículo que Díaz Redondo haya muerto sin enfrentar a la justicia por desfalco, olvidando además su pasado esquirol. Impunidad impune, valga la redundancia.
Regresando a lo que en realidad vale la pena, después leí Los Albañiles, pese a que leer teatro no es mi fuerte. Años después la vi en escena: el alma de los “maestros”, el arte tras la mezcla y las carretillas. Ojalá la vuelvan a representar, en su homenaje. Por último, otra de sus obras: Puros cuentos.
Por supuesto que mi admiración creció con sus guiones cinematográficos. Al menos tres películas: El callejón de los milagros, La ley de Herodes y El crimen del Padre Amaro están entre las más recordadas de los últimos años.
Leí muchas de sus aportaciones en Proceso, a veces estando de acuerdo con él, a veces no, pero tenía la gran capacidad de mezclar la opinión serena y precisa con un gran manejo del idioma, lo que es de agradecer a periodistas que no olvidan que, aunque el mensaje sea profundo, requiere la estética de la palabra. Fue muy merecido que lo hayan invitado a participar en la Academia Mexicana de la Lengua.
Como periodista era directo, elegante y gozoso. Hace unos días leí un trozo de una reseña terrorífica que hizo sobre el personaje lamentable que será el próximo director de CFE. Era un hombre que decía lo que tenía que decir, en un país donde la violencia sigue estableciendo la censura.
Pero mi cambio mayor sucedió cuando lo conocí. Fue a la oficina, charló conmigo un rato, se portó accesible, humano, nos dedicó unos minutos para hablar de todo y nada, y me dijo: “Aunque nadie se lo agradezca, siga escribiendo, solo si está seguro que tiene algo que decir”. Fue una mañana memorable. Aún conservo una escultura hecha con el molde de su mano para la subasta Danos una mano de Fundación Chespirito. Estimaba a Roberto Gómez Bolaños y se ofreció a participar en ese evento, sin poses, sin querer mostrar más de lo que ya era.
Si no lo han leído, no han participado en un banquete. Se los recomiendo ampliamente. Les ayudará a entender la función social del periodista y la importancia de tener una actitud ética ante la vida. Mexicanos como Vicente Leñero merecen un aplauso prolongado, consciente, para que no se nos olvide que necesitamos muchos como él.