En ciertas zonas del estado de Guerrero tienen una convicción a mucha honra: aseguran que los alacranes son originarios de esta entidad, de ahí comenzaron a migrar hacia otras partes, principalmente al estado de Durango, donde se convirtieron en una especie de símbolo y distintivo local.
La verdad, empero, es que esta teoría resulta imposible de comprobar, pues se han hallado fósiles de escorpiones que datan de hace 460 millones de años. Considerando que existen más de 1,400 especies, y que pueden encontrarse en todo el mundo, con excepción de la Antártida, la versión de que los alacranes mexicanos tuvieron su origen en Guerrero no pasa de ser una simpática anécdota.
Lo que sí es seguro y comprobable es que Durango posee una larga tradición alacranera. El alacrán es su símbolo, su color, su historia… pero también su sabor.
Se cuenta que, a principios del siglo pasado, era tal su abundancia, y por ende tan abundantes también sus picaduras, que las autoridades duranguenses decidieron combatirlos y tratar de eliminarlos.
Para lograrlo, ofrecieron una irresistible recompensa: otorgarían un centavo por cada alacrán bebé, tres centavos por cada alacrán adulto y cinco centavos por cada hembra preñada que se entregara en la presidencia municipal.
Al principio, el asunto iba bien. Los niños salían de noche, con antorcha en mano, y buscaban con detenimiento en cada casa. Dado que los alacranes suelen brillar de un modo especial bajo el haz de luz, los encontraban con facilidad y les soplaban en el lomo para que enroscaran la cola en señal de ataque. Los niños aprovechaban este movimiento para tomarlos del aguijón, tallarlos contra la pared para quitarles su peligrosa arma, y después irlos recolectando dentro de sus camisas. Así es. Se abotonaban y fajaban sus camisas de manga larga y ahí dentro guardaban sus preciadas presas.
En lo que jamás pensaron quienes diseñaron la estrategia, sin embargo, fue que la gente, además de salir a buscar y recolectar a estos temibles artrópodos, iba también a criarlos como negocio. En las casas se establecieron múltiples criaderos: los alacranes nacían y crecían bajo supervisión entre los espacios vacíos de las bardas de adobe, debajo de macetas colocadas a modo, en inmensas telas ubicadas de manera horizontal en patios y terrenos baldíos, debajo de piedras, cortezas de árboles, etcétera. Cuando los alacranes nacían, eran llevados a la presidencia, donde eran intercambiados por dinero contante y sonante. Se trataba de un negocio redondo, sencillo y redituable.
Esta iniciativa no duró gran cosa debido a varias razones pintorescas. Una de ellas fue que si una hembra preñada costaba cinco centavos, pero cada alacrán bebé costaba un centavo, la gente se daba a la tarea de “exprimir” a las hembras para sacarles sus crías y así cobrar más dinero, considerando que cada hembra puede tener hasta cien “bebés” de una sola vez.
Otra razón fue que el encargado municipal de recibir y pagar los alacranes era un hombre sumamente miope. Sus gruesos lentes de poco le servían en la vida diaria, mucho menos a la hora de contar alacranes recién nacidos, por lo que no faltaba quien, a sabiendas de todo esto, tostaba un puño de arroz y se lo llevaba al pobre hombre, quien contaba con dificultad cada grano, creyendo que se trataba de las diminutas crías, y procedía a pagarlos con puntualidad. Las crías (en este caso, el arroz tostado) eran inmediatamente colocadas en un metate para hacerlos puré.
El oficio de alacranero fue muy redituable hasta 1927.
Hoy, en la ciudad de Durango han dejado de ser comunes. Se les encuentra principalmente en los cerros de la entidad y en los municipios y pueblos, aunque también en otros lados singulares: en recuerdos, artesanías y… en la gastronomía. Diversos establecimientos ofrecen manjares elaborados a base de escorpiones, a los cuales se les retira previamente el aguijón y el veneno, aunque hay quienes aseguran que puede ingerirse con confianza luego de tostarlos, sin necesidad de removerles el aguijón.
Quienes gustan de este singular platillo, afirman que su sabor es muy similar al del chapulín o incluso al camarón. Otros más opinan que puede equipararse también a la carne de res.
En lo que a platillos se refiere, los más comunes son los tacos de alacrán capeado, los alacranes fritos, al ajillo o a la BBQ. Pero también son muy socorridos los alacranes fritos servidos como guarnición encima del arroz o de la ensalada. Pura proteína de la buena. Al final, desde luego, y a manera de desempance, se recomienda un buen mezcal con alacrán.
Gastronomía de lujo.
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Foto: «California swollenstinger scorpion (Anuroctonus pococki)» por Edward Rooks, CC BY-SA 2.0.