Inmensas nubes blancas se dibujan en el cielo. Son tan bajas que parecen acariciar el verde de las montañas y los valles, mismos que abrazan a la ciudad como una gran muralla natural. Sin duda hemos llegado a la hermosa capital de Oaxaca. Cuna de grandes artistas como Rufino Tamayo, Francisco Toledo, Susana Harp, Lila Downs, Andrés Henestrosa y sí, también del primer presidente mexicano de origen indígena, Benito Juárez. Pero también del chocolate, las tlayudas y el mezcal. Y cómo olvidar el quesillo y el delicioso pan de yema o los tamales de hoja de plátano, cuyos suculentos aromas inundan, desde muy temprano, las calles de cantera verde.
Hablar de tanta comida nos abrió el apetito y en esta ciudad, sin duda, el mejor lugar para comer es el famoso mercado 20 de noviembre, ubicado precisamente en la calle que lleva su nombre, muy cerca del zócalo. Lo más recomendable es visitar el área de carnes, en donde no solo puedes comprar tasajo, cecina o ¡hasta de toro!, sino que ahí mismo te la preparan al calor del anafre y acompañado por el olor de las tortillas. En lo que esperamos, ¿qué tal si nos echamos un taco con guacamole y chapulines o unos cacahuates sazonados con ajo y chile de árbol? Al terminar, endulzamos el paladar con una deliciosa nieve de zapote negro.
Con la panza llena y el corazón contento, nos dispusimos a recorrer las principales calles de la capital oaxaqueña, en las que se funde lo tradicional con lo vanguardista, lo artesanal con lo artístico y lo histórico con lo contemporáneo. En cada rincón de esta ciudad se respira arte, en especial en el andador turístico Macedonio Alcalá, en donde conviven galerías y museos como el de Arte Contemporáneo de Oaxaca; librerías como la de Amate books; y centros culturales como el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, que resguarda una de las colecciones de arte más grandes de Latinoamérica y alrededor de 12.000 libros en su biblioteca pública.
Al final del andador, si la caminas de sur a norte, se encuentra el Exconvento de Santo Domingo, uno de los recintos religiosos más emblemáticos de esta ciudad; el edificio en sí mismo es una verdadera obra de arte. Mucha es la historia que resguarda este monumento que fue construido por la orden de los dominicos a mediados del siglo XVI, con el tiempo sufrió diversos estragos, no obstante gracias a las labores de restauración en julio de 1998 abrió sus puertas, pero ahora bajo el nombre de Centro Cultural Santo Domingo. Aquí visitamos el museo que exhibe la historia del estado desde épocas prehispánicas hasta nuestros días, además de recorrer (aunque solo fuera con la mirada) los más de 23,000 volúmenes de la Biblioteca Fray Francisco de Burgoa publicados entre 1484 y 1940. Por si esto fuera poco, el centro cultural también tiene un jardín botánico con un abundante catálogo de flores y plantas endémicas del estado.
Al salir de este oasis arquitectónico continuamos con nuestra caminata, buscando, como viajeros, conocer más allá de lo típico. Así fue que llegamos a la colonia San Felipe del Agua, famosa por su belleza y tranquilidad que la ha convertido en uno de los mejores lugares para vivir o bien descansar cuando se visita esta ciudad. En mejor ubicación no pudo estar el Hotel Misión de Oaxaca, en donde el confort y el lujo se fusionan con las tradiciones de este milenario estado. Aquí encontramos un espacio dedicado al descanso y la comodidad, la alberca y jardines, y los típicos platillos oaxaqueños que ofrecen en su restaurante, nos hicieron sentir mejor que en casa. Aunque el hotel se encuentra a unos cuantos minutos del centro histórico, este ofrece un servicio gratuito de transporte para trasladarse. Nosotros aprovechamos el viaje para regresar al corazón de la urbe.
Quisimos conocer más de la tierra de los zapotecas y los mixtecos, así que nos lanzamos al pueblo de San Juan Arrazola, que conforma uno de los siete valles que rodean a la capital oaxaqueña. A tan solo treinta minutos se encuentra este lugar famoso por sus alebrijes, aquí elaboran desde pequeños gatos y gallos de colorido plumaje, hasta monumentales leones y vacas, el mosaico zoomorfo es infinito como la imaginación de estos artistas, que si bien aceptan no ser los inventores de tan fantástica artesanía, reconocen que su técnica y diseño no tienen parangón. Y sí, basta recorrer los muchos talleres de este pueblo para confirmar su talento, que es compartido por todos los miembros de la familia. Los hombres son quienes tallan y dan forma a la madera, ya sea de copal o de cedro; las mujeres diseñan y pintan, dotando de vida a todos estos seres oníricos que queremos llevarnos a casa.
Nuestra última parada en este bello estado fue el poblado de Teotitlán del Valle, conocido por la fabricación de tapetes, rebozos, cortinas y bolsas hechos en telar de pedal. Los pobladores de Teotitlán son verdaderos artistas del tejido, pues no solo confeccionan las piezas y planean los diseños, sino que se involucran en todo el procedimiento o así es como nos platicó el maestro José Buenaventura, quien nos abrió las puertas de su taller para enseñarnos el arte de tejer. Él, como pocos, va a la milpa pero a cultivar y a cosechar las plantas de donde obtendrá los tintes para teñir la lana de donde nacerán tejidos únicos e invaluables.
Mucho más podríamos decir de esta tierra de ensueño, pero mejor te invitamos a visitarla, pues ninguna palabra podrá transmitir la experiencia de vivir Oaxaca.
Artículo que apareció en el número 89 de la revista Mexicanísimo.