A pesar de nuestro aspecto inofensivo, comparado al de otros animales, cada día nuestra presencia es evidente en todos los rincones del planeta. Aun los lugares que no visitamos muy frecuentemente, como los glaciares de los volcanes o el hielo del Polo Norte, se desvanecen a causa de nuestras serenas actividades. Seguramente cuando las poblaciones de Homo sapiens empezamos a salir de África, hace alrededor de 70,000 años, el planeta nos pareció realmente ilimitado. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, esta especie y sus actividades, se convirtieron en los elementos dominantes de la Tierra. Con el inicio de la Revolución Industrial comenzó el Antropoceno, la era geológica definida por las actividades humanas, en la cual vivimos. Sin embargo, ya a finales del siglo XIX, los resultados negativos de esa Revolución Industrial fueron evidentes para algunos visionarios, quienes promovieron la protección de algunas áreas para que mantuvieran su naturaleza original.
Conservación para la recreación
Las primeras áreas protegidas reconocidas formalmente para el beneficio de la sociedad fueron los Parques Nacionales. Como su nombre lo indica, su principal objetivo era el esparcimiento y recreación de los ciudadanos. Anteriormente ya existían sitios utilizados para la protección de plantas y animales pero, generalmente, pertenecieron a gobernantes, emperadores, señores feudales, monasterios, en forma de colecciones de animales (zoológicos), de plantas (jardines botánicos) o como lugares para la recreación privada, como cotos de caza. En las famosas “Casa de las Fieras” y “Casa de las Aves” de Moctezuma Xocoyotzin (1466-1520), en Tenochtitlan, trabajaban más de 300 personas en el mantenimiento de los mamíferos, aves, reptiles y otros animales traídos de distintas regiones.
Los Parques Nacionales se iniciaron en Estados Unidos con Yellowstone (1872) pero rápidamente se difundieron en otros países como el Parque Royal (1879), en Australia, El Chico (1898, 1915, 1922, 1982) y el Desierto de los Leones (1917), en México, Banff (1885) y Jasper (1907, 1930) en Canadá, Virunga (1925) en el Congo, Serengueti (1921, 1929) en Tanzania y Corbett (1936) en la India, entre los primeros.
A pesar de la designación de esas áreas protegidas, en el principio los objetivos del gran movimiento conservacionista eran muy limitados. Su creación tenía principalmente como objetivos la preservación de un paisaje considerado estéticamente agradable, como montañas nevadas, bosques y zonas rocosas. El otro objetivo muy fuertemente asociado era la recreación. Para promover este segundo objetivo en algunas de las zonas protegidas se erradicaron, mediante el uso de venenos, los peces nativos y se introdujeron otras especies más atractivas para la pesca deportiva. También en algunos se eliminaron los depredadores para aumentar la abundancia de sus presas, los venados. Otra práctica común fue la expulsión de los habitantes locales para conservar los paisajes naturales. Actualmente en México, 67 áreas tienen categoría de Parques Nacionales y cubren una extensión de 14,824 kilómetros cuadrados, incluyendo desde el pequeño Sabinal (1938), en Nuevo León, de ocho hectáreas, hasta el Arrecife Alacranes (1994), en Yucatán, de 333,769 hectáreas. Algunos, como el Desierto de los Leones (1907), van a cumplir cien años, mientras que otros son de creación reciente como el Archipiélago Espíritu Santo (2007), en Baja California Sur. Aproximadamente el 50% de los Parques Nacionales en México fueron creados entre 1935 y 1940, durante el periodo del general Lázaro Cárdenas, gracias a la influencia del tapatío Miguel Ángel de Quevedo y Zubieta (1859-1846) “el apóstol del árbol“.
Conservación para la representación
Debido a que muchos Parques Nacionales causaron problemas sociales y no conservaban la naturaleza, en los años setenta, la UNESCO propuso un nuevo modelo: la población humana vecina debería ser incluida en el área protegida y beneficiarse de la protección. Así nacieron las Reservas de la Biosfera. En este modelo, los objetivos eran conservar paisajes representativos de distintas regiones y llevar a cabo investigación para la conservación de la reserva y para el mejor aprovechamiento de los recursos por los pobladores. Los modelos de las reservas de la biosfera eran círculos concéntricos (“modelo del huevo frito”), en donde la zona interior o núcleo era protegida (algunas eran parques nacionales), y en las zonas de amortiguamiento y de transición había manejo ecológicamente adecuado de recursos. Este modelo reconocía explícitamente la presencia de seres humanos en los ecosistemas y los integraba al modelo en lugar de excluirlos. El programa “El hombre y la biosfera” de la UNESCO se inició en 1971 y fue rápidamente acogido por México. Las primeras Reservas de la Biosfera en México fueron Montes Azules (1978), en Chiapas, y La Michilía (1979), en Durango. En general, las Reservas de la Biosfera son de mucho mayor tamaño que otras categorías de áreas protegidas. Mientras que el promedio de superficie de los Parques Nacionales es de 221 kilómetros cuadrados, el promedio de las reservas es de 3,086 kilómetros cuadrados. La reserva más pequeña es el Volcán Tacaná, en Chiapas, de 63.78 kilómetros cuadrados y la mayor es El Vizcaíno, en Baja California Sur, de 24,930 kilómetros cuadrados. A pesar de su interesante marco teórico, en pocas reservas se lleva a cabo investigación que beneficie a los pobladores locales.
El tamaño de las áreas protegidas, junto con su forma, son criterios muy importantes, ya que de ellos depende, en gran medida, la efectividad de su función. Si bien la protección de áreas pequeñas es importante para muchas especies pequeñas de poco movimiento, otras especies de requerimientos espaciales considerables y muchas funciones de los ecosistemas requieren de áreas de gran tamaño. A la fecha, en México existen 41 reservas que cubren una extensión de 126,527 kilómetros cuadrados y en el mundo hay alrededor de 600 Reservas de la Biosfera en más de 110 países.
Conservación para la biodiversidad
A finales de los setenta y principios de los ochenta se inició la preocupación por el tamaño adecuado de las áreas protegidas. Con las posibilidades de dar seguimiento a los movimientos de los animales a través de frecuencias de radio (radiotelemetría), se descubrieron movimientos de mucho mayor escala a la imaginada. Por otro lado, el cuidado de la Isla Barro Colorado desde 1923, después de la inundación del Canal de Panamá, resultó en la desaparición de muchas especies, a pesar de su estricta protección. En los años setenta se iniciaron los análisis sobre la viabilidad de poblaciones tratando de contestar la pregunta en el Parque de Yellowstone, de 8,983 kilómetros cuadrados: ¿Cuál es el tamaño mínimo de una población viable de osos grises en el parque? Esta pregunta, lógicamente da lugar a la siguiente: ¿Cuál debe ser el tamaño del parque para albergar a una población viable? Esta es una pregunta central que pocas veces nos hacemos.
A mediados de los ochenta se acuñó la palabra “biodiversidad” o “diversidad biológica». En este concepto se incluye la variabilidad de la vida, con sus genes, especies, ecosistemas, regiones y procesos ecológicos y evolutivos. En 1992 se firmó el Convenio de Diversidad Biológica en la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, Brasil, que a la fecha han ratificado alrededor de 190 países. La función de las áreas protegidas ahora es mantener a la “biodiversidad”. Para muchas, el nuevo traje les ha quedado demasiado grande. No fueron creadas con estos objetivos, ni con las consideraciones espaciales necesarias.
También durante la década de los ochenta se estableció la ciencia de la ecología del paisaje como una disciplina distinta y de particular relevancia para la creación y manejo de áreas protegidas. Estos avances dan lugar a la idea de la necesidad de conectividad. Las áreas protegidas aisladas no son viables para muchas especies. Utilizando la Teoría de Biogeografía de Islas, tras las experiencias de la Isla de Barro Colorado y de otras investigaciones se desarrolló el concepto de “corredores biológicos”. Para mantener la biodiversidad en áreas protegidas es necesaria la conectividad. En muchos países, las áreas protegidas han ido quedando aisladas como islas en un mar de cultivos, potreros, zonas rurales y urbanas, y su efectividad, como se demostró en el mencionado caso de la Isla de Barro Colorado, queda comprometida.
Los corredores son zonas que mantienen ecosistemas naturales y que unen a áreas protegidas. En estas zonas es posible hacer manejo sustentable de recursos manteniendo la composición, estructura y función lo más naturalmente para permitir el movimiento de las especies y así evitar los problemas de aislamiento. En estas zonas, equivalentes a las zonas de amortiguamiento de las Reservas de la Biosfera, se promueven actividades de producción sustentable (manejo forestal, productos no maderables, como mieles, palma xate, ecoturismo, etcétera). En los corredores prevalecen criterios funcionales y económicos, y participa la población humana con alternativas de producción que no impacten fuertemente a los ecosistemas. Además, recientemente, hemos entendido que la conectividad que proporcionan es una de las mejores alternativas a la adaptación al cambio climático, ya que permite el movimiento de las especies bajo las nuevas condiciones.
En 1997 se integró la iniciativa del Corredor Biológico Mesoamericano para enlazar a las áreas protegidas de los países centroamericanos. En el sureste de México el Corredor inició en el año 2002 cubriendo los estados de Campeche, Quintana Roo, Yucatán y Chiapas. Actualmente se está extendiendo a Tabasco, Oaxaca y Veracruz. En realidad todo el territorio debería de funcionar como corredor biológico y para eso habría que restaurar las conexiones en donde se han perdido.
Entonces ¿Cómo meter todo en el jarrito?
Como hemos visto en esta relatoría sobre la evolución de los conceptos de áreas protegidas es evidente que a medida que hemos ido aprendiendo sobre el funcionamiento de la naturaleza, hemos tenido que ir adaptando esta herramienta de conservación. Actualmente, el cambio climático se incorpora como una nueva variable que no se había asociado al diseño de las áreas protegidas. La conectividad de los corredores es una posible solución. Sin embargo, seguramente tendremos nuevos desafíos a partir del nuevo conocimiento. Si quisiéramos adelantarnos para mejorar la conservación de la naturaleza, seguramente el siguiente paso sería dejar de concentrarnos en áreas particulares y mejorar el estado íntegro de las regiones y paisajes, es decir, la conservación no debería realizarse en áreas específicas, sino en todo el paisaje incluyendo áreas agrícolas, ganaderas, rurales y urbanas y, para eso, hay que empezar por tener una visión regional, por producir conservando y por restaurar lo que ya hemos deteriorado.
Fotos: Dr. Carlos Galindo Leal.