Por Ali López
México es un lugar cambiante, de contraste y de un cálculo inesperado. Hace un año la lluvia torrencial hacía resbaladizo y tormentoso el suelo por donde desfilaban los nominados e invitados a la ceremonia del Ariel. Este 2018, en la entrega número 60 del premio que otorga la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC), el clima que nos azota es caluroso, seco y poco soportable; no solo en cuestiones meramente meteorológicas, sino políticas y sociales.
Mientras la alfombra roja del Ariel, desplegada a las afueras del Palacio de Bellas Artes, se lleva acabo, a unos cuantos metros, sobre avenida Juárez, otro evento tiene sus propios pasos. Unos marchan con vestidos, trajes y peinados, otros con pancartas. Los sucesos de la guardería ABC van sobre el asfalto; con todo su dolor, rabia, impotencia y justa protesta.
Y nos gustaría decir que en el evento previo a la entrega del Ariel hay puro glamour y extravagancia; pero no es así. Las cámaras de la prensa ya no retratan únicamente moda, sino, la ruptura del silencio, la memoria, y la frase “No son tres, somos todxs”, haciendo referencia a los tres estudiantes de cine desaparecidos en el estado de Jalisco. Hay quienes se unen más al dolor que invade al cine nacional, y otros que lo dejan pasar; sin embargo, pocos son los que lo omiten. Poco es el silencio frente al tema, y muchas las fotografías que develarán la protesta inscrita en la gala, como una mancha, que, por desgracia, no podremos borrar.
Llegando las 20:00 horas, con unos minutos de más porque la puntualidad inglesa nunca ha sido parte del folclor nacional, inicia la ceremonia. Los pasos que se darán, de ahora en adelante, pueden ser peligrosos. México vive en un estado de inestabilidad e incertidumbre, lo mismo puede haber discursos sobre la familia, amigos y gente que hizo posible la producción, que hacer mención sobre los candidatos a la presidencia, los miles de desaparecidos, la relación política con el vecino del norte y hasta el quinto partido. Tanto que se puede decir y, a su vez, tan poco.
Porque el cine es un lenguaje y, como tal, se organiza y presenta como un discurso. Así nos lo deja ver el actor Héctor Bonilla, que inaugura la entrega del Ariel hablando de la relación social y política que ha tenido el cine nacional con su sociedad, menciona que el cine puede “restaurar con su crítica la violencia e intolerancia que nos está asediando como sociedad”, y que “el cine nacional ha evitado ser cómplice del silencio”, como se muestra en un montaje sobre muchas de las películas políticas a lo largo de la historia nacional, donde el rostro de Bonilla está presente. Lo mismo que sucederá en otro momento, cuando la canción ‘Antes de que nos olviden’, interpretada por el grupo Gran Sur, Saúl Hernández, Meme y José Manuel Torreblanca, acompaña fragmentos cinematográficos que retratan, significan y/o refieren al movimiento estudiantil de 1968.
También, desde un inicio, se nos menciona que esta ceremonia tomará en cuenta al espectador, que una cámara en 360º nos permitirá verlos a ellos y vernos a nosotros, que es la primera vez que pasa algo así en el mundo. Pero, por otro lado, hay menciones escalofriantes, “el 72% de la población mexicana no tiene acceso al cine”, nos menciona Ernesto Contreras, presidente del AMACC, mientras hace referencia a la importancia de un cine divergente, múltiple y que no apueste solo por la taquilla. Como también lo hizo Verónica Toussaint, primera ganadora de la noche, al hacer referencia a los productores que no confiaron en ella por no ser “taquillera”, y la apuesta que se debe hacer por otro cine, como Oso Polar, la cinta por la que ganó la estatuilla a Mejor Coactuación Femenina y que fue filmada con un teléfono celular.
Y otra vez nos llegan los contrastes de la época, o como dijo Miguel Rodarte, ganador a Mejor Coactuación Masculina por la cinta Tiempo Compartido: “esta no es una época de cambio, es un cambio de época”, pues más allá de lo estrafalario de los 360 grados, y su transmisión en vivo, poco se menciona sobre la inclusión de nuevas tecnologías y formas de cine a la Academia, así como la importancia de que el espectador deje de ser eso, solo alguien que mira, por alguien que actúa e interpreta. Pues el cine, siempre como lenguaje, no puede existir si no hay quien lo lea.
Uno de los momentos más importantes de la noche sucedió cuando Lucía Bello y Mónica Ruiz, de la Universidad de Medios Audiovisuales, junto con Ignacio Rosaldama, de la Ibero, subieron al escenario para ser la voz de dolor, impotencia, miedo, pero también fortaleza y esperanza, de los muchos estudiantes de nuestro país. Dijeron que es importante crear una realidad a través del cine, así como se debe evitar ser “un engranaje más de la producción de capital”. Para ellos, “a través del arte es como debemos alzar la voz”, a la vez que invitaron a todos a dejar de ser un gremio cinematográfico para pasar a ser una sociedad. Se recordaron a los miles de desaparecidos de la nación, y se pidió que no hubiera ni uno más, con la voz desgarrada y entrecortada terminó el discurso, al que se unió el director Juan Mora Catlet, que pidió un minuto de silencio.
Así, también, se conectaron muchos discursos. Ana Valeria Becerril, ganadora del Ariel a Revelación Femenina, mencionó: “Me niego a creer que México es el lugar equivocado”, y esperaba que como estudiante, mujer y feminista pudiera desarrollarse dentro de este territorio. Andrés Almeida, ganador a Mejor Actor de Cuadro, dijo: “México somos todos”, haciendo referencia que no solo los políticos, sino ciudadanos y gente de cine, debe evitar que México sea regido por criminales. Por su parte, los directores de La muñeca tetona, ganadora de Mejor Cortometraje Documental, mencionaron que su lugar no debería estar sobre ese podio, sino en la calle, marchando con los padres de las víctimas de la guardería ABC. Por último Daniela Vega, protagonista de Una mujer fantástica, cinta chilena que se llevaría el Ariel a Mejor Película Iberoamericana, diría que: “Ante la violencia y la falta de amor, rebeldía, resistencia y más amor”.
Al final, solo quedan los números, pero, junto con ellos, las dudas e interpretaciones. La libertad del diablo, documental dirigido por Everardo González, con una crudeza y potencia política y social, solo se llevaría una estatuilla, la de Mejor Largometraje Documental, y contrastaría con el mensaje a favor del cine con discurso social y en contra del meramente industrial que se dio a lo largo de la ceremonia. La región salvaje de Amat Escalante sería acreedor a 5 Arieles, destacando el de Mejor Dirección para el propio Escalante, y nos dejaría ver que hay cabida para el cine de género dentro de la Academia Mexicana, pero, aún no la suficiente, pues sus premios, en su mayoría, son para los aspectos técnicos. Sueño en otro idioma sería la gran ganadora de la noche, con 6 Arieles, entre ellos el de Mejor Película y, aunque era una de las favoritas, siempre estará bajo la sombra de haber ganado mientras su director también dirigía el AMACC, y que el discurso de su galardón se rigió bajo la justificación.
Dentro de unos meses, la situación de México tendrá momentos de incertidumbre, algo con lo que el cine nacional ha sabido subsistir; sin embargo, la entrega 61 del Ariel se siente hoy más lejos que nunca, a la espera de que, lo que venga sea siempre mejor.
Fotos: Ali López.