Hay personajes sensacionales en nuestra historia a quienes, en ocasiones, les haría bien no ser celebrados por la Iglesia Católica, que los llena de oropel, de capacidades milagrosas, de bendiciones divinas con lo que, en vez de volverlos sujetos de admiración, los sume en un marasmo de incredulidad y hace que los miremos con franco aburrimiento.
Empecé a leer sobre Sebastián de Aparicio y tuve que concentrarme para no brincar su biografía, inundada en diversos textos con milagros, apariciones fantásticas y luchas contra el diablo. Estuve a nada de descartar a un sujeto extraordinario, humano, creativo, inteligente, del que podríamos hablar por horas. Si alguna vez se animan a conocerlo, solo les sugiero abstenerse de artículos cargados de cursilería que raya en fanática y que le atribuyen habilidades de súper héroe para hablar (créanlo o no) hasta con las hormigas. Mejor busquen concentrarse en el hombre, que fue realmente sorprendente.
Llegado en 1533 a un virreinato aún joven, en poco tiempo Sebastián ya era un personaje. Sus aportaciones para mejorar el tránsito y la comunicación en la reciente colonia son fenomenales. Basta con imaginar la época, las distancias insalvables en pequeñas veredas que eran más zanjas que otra cosa. Imaginemos a Puebla, un mínimo villorrio de algunas decenas de familias, incomunicada de la capital. Ahora veamos a Sebastián, casi sin equipo, ampliando caminos para bordear los volcanes y permitir que las primeras carretas –construidas por él– pudieran ir de un sitio a otro. A él se debe también el primer servicio de transporte rodado del país, por lo que bien podría ser el patrono de los camioneros. Con los años extendió esos caminos hasta Guadalajara y Zacatecas para trasladar mercancías y, en especial, plata de las minas.
Se dice también que fue el primer charro americano, en referencia a su labor atrapando y domando ganado traído por los españoles y que vagaba libre por el campo poblano. Patrono de los jinetes, De Aparicio exhibe que los charros, ahora lo sé, empezaron en Puebla y no en Jalisco.
Sigo descubriendo sus aportaciones. Para 1552 se convirtió en el primer poblador de Polanco, que es hoy una de las colonias más elegantes de la capital mexicana. De hecho es quien desarrolló la zona donde hoy miles de hipsters no han escuchado de su existencia. Si hubiera conservado su rancho ganadero en el lugar donde hoy Carlos Slim y Grupo Bailleres muestran su poder, sería tal vez el hombre más rico de nuestra cultura mestiza.
A Sebastián debemos además la protección y adecuación de las celebraciones a los muertos, al combinar las diferentes expresiones culturales autóctonas con las llegadas de España, para crear la que es, tal vez, la fiesta más auténticamente mexicana.
Como tenía mucho que hacer, se casó siendo sexagenario, pero enviudó dos veces en breve tiempo, antes de decidir dejar todo lo logrado (lo conocían como “Aparicio el rico”), donar su riqueza y hacerse fraile, a los setenta años. Por esa época inicia, en el Convento de Santiago de Tlatelolco, la tradición de bendecir los vehículos nuevos, con lo que también podría ser el patrono de los automovilistas.
Ya como fraile, a Don Sebas se le puso a prueba ocupando la posición más baja y durante dos años tiene el oficio de limosnero. Más tarde empezó a involucrarse con las comunidades y a trabajar en la evangelización, aunque se sabía poco de su actuación hasta 1600, cuando falleció a los noventa y ocho años y gente de todos los estratos sociales, tanto indígenas como peninsulares, se acercaron a su funeral en grandes cantidades, todos hablando de él con afecto y reverencia.
Después surge el mito, las atribuciones de milagros, las explicaciones dogmáticas que poco me agradan; yo me quedo con el personaje intenso, creativo, inteligente, servicial, humano, que hizo del camino su casa, y no con el cadáver que no se descompone y por eso se le atribuyen poderes extraterrenales. Sebastián de Aparicio –cuyo cuerpo es venerado en Puebla– es, estoy seguro, uno de los más importantes personajes llegados a América en el primer siglo de gobierno heredado de España.
Foto: «Beato Sebastián de Aparicio» por Beatriz Alzuarte Díaz, CC BY-SA 3.0.