En el Centro Histórico de la Ciudad de México, sobre la calle de República de Bolivia esquina con Rodríguez Puebla, se encuentra una iglesia sobria y más o menos desconocida para el resto de la ciudad. Lo desconocida que ahora es resulta algo nuevo, porque en otros tiempos fue de los santuarios más socorridos de la urbe. Acudían a ella quienes llevaban sobre la espalda una de las llamadas causas difíciles y desesperadas. Se trata del templo de San Sebastián Mártir, un edificio rodeado de historias.
Justo enfrente de esta iglesia se localiza la Plaza Gregorio Torres Quintero, un pequeño parque que ostenta una extraña, alargada y alta construcción que ni siquiera los cronistas del barrio saben por qué se levantó. Algunos aseguran que era parte de una vieja casona, una torre de reloj inconclusa, un curioso campanario, tal vez la garita de un panteón desaparecido, algún tipo de observatorio de finales del siglo XIX o hasta un peculiar pozo de agua.
Pues bien, entrando en materia, hay que decir que el templo de San Sebastián fue fundado por los frailes franciscanos en el siglo XVI. Muy pronto se convirtió en capilla de indios y en el siglo XVII, tras una ampliación, se le convirtió en parroquia.
Aunque sus cimientos datan de 1531, la historia del lugar es mucho más antigua, pues se ubica en lo que algún día fue el barrio tenochca de Atzacoalco.
La vieja urbe de Tenochtitlan estaba dividida en cuatro sectores. El de Atzacoalco, aunque era zona residencial, estaba menos urbanizado que los tres restantes, en parte porque albergaba amplias zonas verdes, de cultivo y caza. Es decir, se trataba de un lugar un tanto silvestre, aunque sin duda de una belleza indiscutida. Es sencillo imaginarlo, pues la palabra Atzcacoalco significa “Lugar donde se detiene el agua» o «Lugar de la presa», en alusión a un dique que, para evitar inundaciones, fue construido en tiempos de Moctezuma I, como una sugerencia del sabio Nezahualcóyotl, tlatoani de Texcoco.
Resulta curioso pensar que el actual barrio de Tepito se ubica precisamente en esta zona.
Tal vez por su céntrica ubicación, el templo fue adoptado por los indios como lugar de peregrinación. Dado que las primeras epidemias llegaron junto con los españoles, ante las innumerables muertes y contagios, no era raro observar a esta pequeña iglesia repleta a toda hora de gente rogando por una cura milagrosa.
Muy socorrido debió ser el buen San Sebastián, sobre todo si consideramos las mortíferas epidemias que se afrontaron en México tras la caída de Tenochtitlan: la de sarampión en 1531, la de varicela en 1538, la de peste en 1545 y la de paperas en 1550.
Quizá no sea casualidad que la calle donde se levanta la iglesia cambie de nombre, precisamente en sus cercanías, y comience a llamarse José Joaquín Herrera, en recuerdo de aquel militar mexicano que tres veces fue presidente de nuestro país durante los infelices años de la intervención estadounidense, pues uno de los tantos problemas a los que don José tuvo que hacerle frente fue a una feroz epidemia de cólera.
Dado que ya en esos años la pugna entre liberales y conservadores se sentía con fuerza en el aire, la iglesia aprovechó para abrir las puertas de los templos, otorgar a toda hora absoluciones, comuniones y santos óleos a los enfermos… y de paso para azuzar a los creyentes en contra de los liberales. El templo de San Sebastián fue uno de los escenarios más intensos de esta lucha de ideologías.
Por cierto que a don José Joaquín la gente lo conocía por honrado. Así es, también ha habido presidentes mexicanos honrados y sobrios, alejados de la pompa y de la caravana. Tanto, que su esposa, todos los días, solía llevarle de comer desde su casa hasta Palacio Nacional, para que los recursos públicos no fueran gastados en su persona. Cuando dejó la Presidencia, tuvo que empeñar una vieja joya familiar para que tanto él como su mujer no se murieran de hambre.
Este presidente fue el que le colocó al Escudo Nacional la figura de las dos ramas debajo del águila victoriosa: una rama de encino y otra de laurel.
Cada esquina de la ciudad guarda decenas de historias.
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Foto: «Parroquia de San Sebastián» por Patricia Alzuarte Díaz, CC BY-SA 3.0.