En perseguirme, Mundo ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?
Yo no estimo tesoros ni riquezas,
y así siempre me causa más contento
poner riquezas en mi pensamiento
que no mi pensamiento en las riquezas.
Y no estimo hermosura que, vencida,
es despojo civil de las edades,
ni riqueza me agrada fementida,
teniendo por mejor, en mis verdades,
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.
La vida y obra de esta enigmática poetisa y dramaturga está colmada de lagunas inexploradas, envuelta en un misterio. Interminables discusiones se han suscitado en torno al año de su nacimiento, la correcta grafología de su apellido, la erudición que se le adjudica desde temprana edad, las verdaderas intenciones de algunos de sus poemas o el origen de sus creaciones. Juana Inés de Asbaje y Ramírez se erige como la máxima representante femenina de las letras novohispanas. Mitificada o no, el ingenio con el que creó sus sonetos, liras, redondillas, villancicos, glosas, endechas, silvas y décimas ha llevado a que su libre pensamiento, espíritu independiente y búsqueda incesante por la verdad sigan como palabras e ideas que nos humanizan, nos ayudan a reconocernos, nos dan identidad.
Hija de Isabel Ramírez de Santillana y el militar español Pedro Manuel de Asbaje y Vargas, nunca obtuvo reconocimiento legítimo por parte de su padre. Nació en San Miguel Nepantla, actual municipio de Tepetixtla, Estado de México, el 12 de noviembre de… ¿1648 ó 1651? No lo sabemos con precisión. Pero el año exacto en que vino al mundo es irrelevante en contraste con el impacto que su obra, tuvo y mantiene vigente.
Contrario a lo que los parámetros normales denominarían un desarrollo didáctico estándar, desde muy pequeña, Juana Inés despertó el gusto y hábito por la lectura a la vez que una insaciable sed de conocimiento. Antes de los diez años, ya había conquistado el mundo del latín con un método de enseñanza de corta duración y con matices autodidactas, y se había empapado del náhuatl, que emanaba de voces vecinas.
Pasó de los lujos de la corte, donde se ganó el título de consentida entre las damas de compañía de la virreina doña Leonor Carreto (Laura en muchos de sus poemas), a la “austeridad” de la celda monjil donde, bajo la sombra del hábito jerónimo, hizo surgir una esplendente luz con la expresión su libre pensamiento. Además de desempeñar cargos en la administración del convento como contadora y archivista, estudió Astrología, Matemáticas, Física, Filosofía, Historia, Teología, Música, además de lenguas y pintura. Fue devota fiel de clásicos griegos, romanos y españoles. Su biblioteca, la cual mantenía en su celda custodiada por una sirvienta, llegó a tener más de tres mil volúmenes, mapas, planos, una vasta serie de instrumentos musicales y aparatos de cálculo, medición y alquimia.
Resulta imprescindible enfatizar que Sor Juana abrió camino a las plumas femeninas, en un contexto en el que tuvo que luchar en contra del axioma medular del Siglo de Oro: el mundo del saber y del conocimiento es masculino. Ella levantó el mentón, la frente y arremangó sus hábitos. Le dio una, dos y cien vueltas a ilustres y sabios de la época. Devoró discusiones con pensadores, sacerdotes, filósofos y doctos. Octavio Paz lo expresa hábilmente en Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982) “Niña, quiso disfrazarse de hombre para apoderarse de ellos; mujer, extremó la división platónica entre el alma y el cuerpo para afirmar que la primera es neutral… En su jerarquía de valores el conocimiento estaba antes que el sexo porque sólo por el conocimiento podía neutralizar o trascender su sexo”.
Su afamada Respuesta a Sor Filotea de la Cruz es quizá la culminación del camino hacia la humanización, convicción, diálogo y conocimiento, develado por la poetisa. Bajo el pseudónimo de Sor Filotea de la Cruz, Manuel Fernández de Santa Cruz, entonces obispo de Puebla, mantenía contacto epistolar con Sor Juana. En esta última carta contestada el 1° de marzo de 1961, ella finalmente hace suyo el pergamino en blanco, revela datos autobiográficos, se confiesa, alega, denuncia, cuestiona y expone sus ideas. Al recibirla, el señor obispo la invita a dedicarse a asuntos más sacros y menos profanos. Sor Juana se ve obligada a deshacerse de su preciado tesoro, su biblioteca.
Tras dedicarse a asuntos del convento en los últimos años de su vida, cae enferma con la epidemia de la peste y fiebre –contagiada por sus hermanas a quienes cuidó y auxilió- y muere en el convento en 1965.
Sor Juana Inés de la Cruz es un fiel reflejo del barroco novohispano y de un feminismo progresivo, que fue más allá de lo social, a lo esencial. Sor Juana representa los ideales de humanización, de libertad, voluntad y convicción en poesía.
Foto principal: No. 465300. CND. SINAFO-Fonoteca Nacional del INAH.
Artículo que apareció en el número 4 de Mexicanísimo.