El mundo posee rutas míticas que son fuente de aventuras, historia y novelas: la de Marco Polo a China, la de Livingstone en África, las de Magallanes y Darwin en los océanos, las que condujeron a los polos, la ruta del Amazonas…
México tiene también historia y experiencias increíbles en sus propias rutas mágicas, de leyenda y conquista, de exploración y tradiciones. Caminos inmensos que amalgamaron esta nación y que son nuestros mayores trazos por la piel de tierra de este país. Rutas que te invitamos a recorrer con espíritu aventurero.
Esta es una de ellas, tal vez la fundamental.
La migración de Aztlán
Iniciemos el recorrido con espíritu turístico, reconociendo que la ruta precisa y el lugar de origen aún están en discusión. No importa, mientras los arqueólogos se ponen de acuerdo, nosotros vamonos de turistas por el país.
Siguiendo a Huitzilopochtli, una pequeña tribu abandonó Aztlán, “el lugar de las garzas”, sitio de leyenda perdido en nuestro pasado que algunos aseguraban estaba en Mexcaltitan, un extraño islote que se inunda con frecuencia y cuyas calles se circulan alternadamente por lanchas o por bicicletas. Aunque esta antigua suposición está casi descartada, nos permite acercarnos a este sitio de nuestra geografía, único por su conformación, al que solo se llega en lancha tras un viaje de treinta kilómetros desde Santiago Ixcuintla, Nayarit, y un recorrido de seis kilómetros por una laguna donde se mezcla el agua del Océano Pacífico con el agua dulce del río San Pedro, razón por la que la pesca del camarón es tan productiva.
Aceptemos, al menos con fines turísticos, que la historia de la migración empezó en este inusitado sitio. Así iniciaremos el recorrido con los ojos satisfechos, ya que los parajes de la laguna son muy atractivos y el poblado muestra una fisonomía que lo hace distinto a todos. Mexcaltitan hoy vive de la pesca y de algunos turistas que se acercan desafiando los mosquitos. Anteriormente ostentaba el distintivo de Pueblo Mágico, pero algunos incumplimientos a los requisitos establecidos por la Secretaría de Turismo ocasionaron que se les retirara el nombre. Esperamos que lo obtengan nuevamente, porque el paseo lo vale.
Otros estudiosos refieren que el sitio originario es otro poblado cercano, también nayarita: San Felipe Aztatán. Inclusive hay quien dice que salieron de La Quemada y Chalchihuites, en Zacatecas, a trescientos kilómetros, iniciando una historia de migraciones en la que nos hemos hecho expertos. Antes de seguir adelante te recomendamos asomarte a ambos sitios arqueológicos ubicados en territorio zacatecano.
A partir de ahí, alrededor del año 1116, y durante cuatro ciclos de 52 años, las familias fueron creciendo con la incorporación de poblaciones, acercándose con lentitud a lo que dos siglos más tarde sería Tenochtitlan, a ochocientos kilómetros del inicio, al Valle que alguna vez fue lago y ahora una populosa capital, inexplicable como el viaje que ahora recorremos.
Volvámonos aztecas y crucemos Santiago Ixcuintla, San Blas y Compostela, en Nayarit, cada uno de ellos un sitio donde el tiempo se disfruta y la comida también. Si nuestros antepasados se tardaron doscientos años, no hay motivo por el cual tú no puedas quedarte unos días en cada sitio. Puedes detenerte una mañana en La Tovara, un estanque perfecto entre una jungla de manglares que es un paraíso para los observadores de aves y donde también abundan cocodrilos y tortugas. También puedes conocer el Fuerte de la Contaduría que protegía al puerto de San Blas, sitio fundamental cuando estas tierras eran la Nueva España y que era usado como alternativa para embarcaciones que iban a Filipinas.
Llegando a las montañas
Se sabe muy poco del recorrido, así que tendremos que unir las poblaciones con buena fe e imaginación, herramientas fundamentales para esta aventura.
Desde lo que es ahora un Pueblo Mágico, Sayulita, lugar emblemático que ha sido tomado por surfistas y jóvenes buscadores de entornos naturales, crucemos con nuestros antepasados al norte de Bahía de Banderas y Puerto Vallarta (que dejaremos para otra visita), para entrar a las montañas de Jalisco hacia Talpa de Allende, otro Pueblo Mágico, sitio de peregrinación que protege a la famosa Virgen del Rosario de Talpa. A partir de ahí puedes caminar en sentido contrario la Ruta del Peregrino que une esta población y Ameca (al sur de Guadalajara) en un trayecto de 120 kilómetros que los peregrinos recorren en tres o cuatro días, cargando “mandas”, peticiones y agradecimientos para una de las imágenes más veneradas del país. Toda esta zona es recreada por los cuentos de Rulfo integrados en esa gran obra: El Llano en llamas, que bien podrías llevar como acompañante de ruta, para esas tardes de sol explosivo escondiéndose entre los huizaches.
De ahí, hace nueve siglos, los descendientes de quienes iniciaron el camino llegaron a Zacoalco, pasaron probablemente por las zonas bajas y cenagosas junto a lo que hoy es Sahuayo, se asomaron a Chapala que aún no había sido inmortalizada por la canción de Pepe Guízar, cruzaron los maravillosos valles que producen los mejores aguacates y limones del planeta, hasta alcanzar Pátzcuaro, Michoacán.
Aquí es muy recomendable detenerse. De un lago a otro, en Pátzcuaro podrías pasar una semana tomando fuerzas y comiendo corundas y charales, recorriendo sus callejones y descubriendo la impresionante cantidad de artesanías que produce la zona, gracias a la visión del obispo Vasco de Quiroga, el Tata, gran benefactor y guía del pueblo michoacano. El pueblo purépecha (p’urhépecha), adorador del dios Curicaueri, se formó en esta zona casi al mismo tiempo que pasó la migración que nos obliga a seguir adelante. Según las crónicas espeñolas, se trataba de un pueblo valiente de gente muy atractiva físicamente que, sin embargo, prefirió someterse a los españoles para evitar derramamiento de sangre.
Pasa la tarde en la Plaza de Pátzcuaro, dedicada a una heroína independiente, Gertrudis Bocanegra, recorre los puestos de artesanías en madera, concha, barro y textiles, y cena en cualquiera de los muchos restaurantes que ofrecen una de las gastronomías más variadas del país. Por supuesto, hay que probar el chocolate mientras escuchas a un trío usando las famosas guitarras de Paracho, que bien vale una pequeña desviación.
Hacia el Bajío
El camino sube ahora hacia otro gran lago, Cuitzeo, donde debes detenerte a conocer su renovado exconvento de Santa María Magdalena, una verdadera joya, y saborear ancas de rana en los paradores lacustres, antes de cruzar hacia Guanajuato: Yuririhapundaro —Yuriria— con su enorme convento; Cortazar, donde te sugerimos probar las enchiladas y los tamales de guayaba; Salvatierra, muy recomendable el Templo de las Capuchinas; y detenernos en el cerro de Culiacán, al sur de Celaya, la zona donde algunos investigadores sugieren que se encontraba Chicomoztoc “lugar de las siete cuevas” de donde siete grupos: mexicas, tepanecas, chalcas, acolhuas, tlahuicas, matlazincas y xochimilcas se dirigieron a lo que más tarde sería Tenochtitlan, de acuerdo con la crónica de Alvarado Tezozómoc.
Hubiera sido muy interesante estar presentes en la llegada a Tula, el sitio de Ce Ácatl Topiltzin, rey de Tula y conocido como Quetzalcóatl. Al parecer, para entonces, la tierra de los toltecas ya iba en declive, pero seguía conservando su gran cultura y personalidad.
Un camino de dos siglos
La ruta de este éxodo no fue continua, ni siguió una sola dirección por lo que hoy es la carretera a Querétaro. Durante dos siglos y cuatro o cinco generaciones, los antiguos aztecas habían bordeado varios de los cuerpos de agua más famosos del país y eran ya otros cuando llegaron a Atotonilco el Grande, en lo que hoy es el Estado de Hidalgo, pueblo otomí donde destaca el templo y exconvento de San Agustín. Entre ahuehuetes y colorines, familias enteras se fueron asentando en el camino mientras que otras continuaron lentamente al sitio que su Dios había anunciado. Pero aún faltaba mucho por recorrer. Según algunos autores, en Zumpango, hoy ya inmerso en la zona metropolitana de la Ciudad de México y entonces una zona de serpientes, mezquites y magueyes, se creó una alianza matrimonial entre los pobladores locales y los migrantes, que más tarde sería fundamental, pues de ella surgiría Acamapichtli, el primer gran Tlatoani de México Tenochtitlan.
Hoy el resto del recorrido se haría en una hora, dependiendo del tráfico, pero aún faltaban unos años para llegar al sitio deseado, porque las distintas tribus estaban ya ubicadas en los mejores sitios y los recién llegados no eran propiamente bienvenidos. No repetiremos aquí las batallas y las divisiones internas pero, como ha sido siempre, los movimientos migratorios no han sido sencillos, ni ahora, ni entonces. Los que serían un pueblo orgulloso, dominador de Mesoamérica, fueron frecuentemente menospreciados por sus vecinos que pagarían más tarde su desprecio.
El nuevo grupo humano formado por aquellas siete tribus merodeó por los alrededores, siguió hacia Pantitlán y Azcapotzalco, que entonces no tenían Metro, antes de llegar a lo que hoy es la tumultuosa capital y que entonces era un grupo de asentamientos bordeando el lago. No fue sencillo. Desplazados continuamente llegaron a una parte poco favorecida y ahí descubrieron, finalmente, alrededor de 1325, la señal de Huitzilopochtli. Algunos dicen que la serpiente no estaba incluida en la profecía pero, sea como fuera, ahí puedes terminar tu recorrido, en la escultura que, frente a la Suprema Corte de Justicia y a un lado del Zócalo recuerda ese instante.
El resto es historia que puedes celebrar en cualquier parte de ese maravilloso Centro Histórico que es Patrimonio de la Humanidad. Disfruta orgulloso, has recorrido la ruta de tus antepasados.