Desde hace aproximadamente siete años, se estableció al 1º de marzo como el Día del Albur. En los últimos tiempos, este juego verbal de doble sentido ha experimentado un peculiar impulso cultural: un grupo de mexicanos presentaron ante la UNESCO la propuesta de incluirlo en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de nuestro país; se asegura que ya forma parte del Patrimonio Cultural de la Ciudad de México, y a instancias de un grupo de estudiantes universitarios y de la revista Chilango se designó al primer día del mes de marzo para homenajearlo.
Muy bien, pero a todo esto, ¿qué es el albur? Se trata básicamente de un juego, de un combate de doble sentido, entre dos personas, cuyo objetivo es vencer, humillar, perjudicar, violar verbalmente al contrincante. Este juego se practica con palabras, gestos, ademanes, sonidos, dibujos y a veces hasta en silencio, porque resulta que “albur” también es una clase de pez y un juego de barajas.
El albur –voz de origen árabe o, en otras versiones, de raíz francesa, gracias al término calambur– es profundamente cultural y por definición mucho más rico y con tintes históricos que el doble sentido simplón que se ha popularizado y simplificado por culpa de ciertos cómicos y comediantes.
El albur nació en el momento mismo de la conquista de México al unir no solo las lenguas locales con la invasora, sino también, y muy importante, las costumbres, las visiones, la idiosincrasia y el mundo en general que las rodeaba.
Sin la riqueza del náhuatl, sin sus difrasismos, sin la multitud de lenguas que existían en estas tierras, pero también sin el español y sus dichos y palabrejas (el español medio o áurico que hablaban los conquistadores), este singular juego de palabras no habría nacido. Es importante detenernos aquí y explicar qué es un difrasismo, pues en sus orígenes resultó fundamental para su creación. El término fue acuñado por don Ángel María Garibay, uno de los estudiosos más notables de la lengua y cultura náhuatl.
Pues bien, un difrasismo es una construcción gramatical que sucede cuando dos palabras en lengua náhuatl, que no tienen nada que ver entre sí, se unen y juntas crean un nuevo concepto con un significado propio. Este nuevo significado posee por lo regular una fuerte carga simbólica o metafórica. Veamos un ejemplo: mitl (flecha) y chimalli (escudo) se unen para formar el concepto In mitl in chimalli, lo cual quiere decir “guerra”. Se trata de formas, de metáforas, de sentidos figurados expresados con naturalidad, aunque poéticamente, en el lenguaje diario.
Pues bien, el albur surgió como una burla hacia los conquistadores españoles, ya que los significados ocultos, que solo comprendían los nativos, les permitían reírse de los europeos en sus propias caras sin que estos entendieran. Sin embargo, con los siglos se afinó y fue adquiriendo su tinte básicamente sexual (de dominio: el macho penetra; la hembra es penetrada, como el homosexual) en las minas de Pachuca, en los espectáculos populares como carpas, teatro frívolo o de revista, caravanas artísticas, en la Cárcel de Belén y en los barrios de bajos recursos del Distrito Federal, que fueron creciendo a causa de la migración del campo a la ciudad, la cual se intensificó en los tiempos de la Revolución. Es importante decir que, aunque la esencia del albur es notoriamente agresiva, gran parte de su chiste consiste en el humor; reírse, burlarse de quien pierde el combate.
Fue en las carpas, sin embargo, donde el albur se practicó de forma más abierta y también se difundió, gracias a los libretos de gente como Beristáin y el Pato Cenizo, y a comediantes como Manuel Medel, la Rivas Cacho, el Panzón Soto, y más tarde “Cantinflas”, “Manolín”, “Clavillazo”, “Resortes”, “Tin Tan”, el “Harapos” García”… y todos los que conocemos por las películas.
Este modo de hablar se nutre con el doble sentido, caló, dichos, refranes, consejas, cuentos, cuentos de color, anécdotas, parodias, chistes, vocablos, chingolés, tatacha, tatacha fu, caliche, caliche ratonero, lenguaje alvaradoreño y el lenguaje de la onda, entre muchos otros. En esta característica radica su importancia cultural e histórica, pues un lenguaje surge para transmitir ideas, pero también emociones y pasiones. Esto fue lo que estudiaron autores como Rubén Salazar Mallén y Samuel Ramos, y que después retomarían Octavio Paz, Monsiváis y demás personajes que han caminado por la misma ruta.
Es indispensable destacar las aportaciones de Armando Jiménez, quien no sólo tuvo la virtud de recopilar la Picardía mexicana, sino que se introdujo en los túneles de los lugares de rompe y rasga, y también de gozo, retozo, ahogo y desahogo de la Ciudad de México, y que en su amplia obra nos legó un sabrosísimo universo de cultural popular.
Igual de importantes son las aportaciones cómicas de Chaf y Queli, quienes dejaron constancia en multitud de obras de teatro y rutinas cómicas grabadas en LP, así como del genial Chava Flores, que en canciones como La tienda de mi pueblo y El chico temido dijo mucho más que lo que nuestros oídos entienden.
El juego del albur, que en un principio fue de uso exclusivo de hombres de barrios humildes, se extendió hasta vencer la barrera del género, de las clases sociales y de los grados académicos. Hoy, aunque un tanto simplificado y a veces carente del ingenio que poseía en décadas anteriores, es practicado sin discriminación, al grado de que la tepiteña Lourdes Ruiz, alias “La Verdolaga Enmascarada”, lleva una buena cantidad de años ostentando su título como “Campeona Nacional del Albur” e impartiendo diplomados en la materia.
Qué bueno que exista este día, porque es una oportunidad de empaparnos de las raíces populares de este México que respiramos a diario.
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