La Ciudad de México se ubica en un lugar geográfico tan particular que hasta el clima resulta peculiar. Aunque generalmente gozamos de una temperatura razonable, en los últimos años, y en opinión de algunos a causa del calentamiento global, se han acrecentado los extremos: calores inusualmente elevados en verano y fríos bajo cero durante los inviernos.
Sin embargo, algo se ha mantenido constante durante los últimos siglos: las lluvias. Esos aguaceros de temporal que inundan, arrasan y colapsan la ciudad, y que además están próximos a llegar, son inherentes a este Valle de México y nos recuerdan, además, el lugar en el que está asentada gran parte de esta inabarcable urbe.
Si pensamos que la Ciudad de México se construyó en un lago, estaremos viendo sólo una pequeña parte de la fotografía. En realidad, no se trataba de un lago propiamente, sino más bien de un sistema lacustre de aproximadamente siete mil kilómetros cuadrados, en los que había muy diversas características. Desde aguas tan profundas que le permitieron a los conquistadores españoles navegar con eficientes y letales bergantines durante la toma de Tenochtitlan, hasta diques artificiales construidos por los mexicas, pasando por potentes remolinos (el más famoso se ubicaba cerca del actual metro Pantitlán) que se tragaban a las embarcaciones que tenían la mala fortuna de acercarse, y espesos pantanos en las orillas, como en la zonas aledañas a la Alameda Central, entre varias más.
Pues bien, lo cierto es que la cuenca de México se encuentra rodeada de grandes montañas y volcanes, además de una cadena de sierras. De todos estos sitios, principalmente de la sierra, han descendido desde hace miles de años aproximadamente 45 ríos, los cuales aún existen, aunque estén entubados. La acumulación de toda esta agua formó, en las partes más bajas del valle, diversas áreas lacustres. Las islas donde se construyeron las ciudades de México-Tenochtitlan y México-Tlatelolco, mismas que posteriormente se fueron ampliando gracias a diversos tipos de relleno hasta convertirse en la capital de la Nueva España y posteriormente en la moderna Ciudad de México, estaban rodeadas por cinco lagos: Chalco, Xochimilco, Texcoco, San Cristóbal, Xaltocan y Zumpango.
Construir una ciudad, así sea grande o pequeña, encima del agua, no es una buena idea. Los hundimientos, más temprano que tarde, resultan evidentes. El Templo Mayor de los mexicas registró esta singularidad desde hace siglos. De hecho, una de las razones de su ampliación constante, fue precisamente que se estaba hundiendo. Hoy, decenas de edificios nos recuerdan dónde se encuentran asentados. La Catedral, Bellas Artes y la Plaza de la Santa Vera Cruz son tres ejemplos claros.
Inundaciones ha habido siempre. Los mexicas las sufrían con frecuencia, por eso inventaron un eficiente sistema de diques que los ayudaba a controlar el nivel de las aguas. A los españoles les sucedió lo mismo y por eso se dieron a la tarea de monitorear el nivel de los principales lagos. El México independiente continuó con esta tradición, y a instancias de Vicente Riva Palacio comenzó a construirse, en 1877, el Monumento Hipsográfico que hoy se encuentra a un costado de la Catedral, en cuyo pedestal se iba registrando el nivel de las aguas del Lago de Texcoco. Por cierto que este monumento le dio nombre a la tristemente desaparecida cantina El Nivel, que fue, durante décadas, la cantina más antigua de la ciudad.
En los años cincuenta del siglo pasado, las inundaciones se convirtieron en un problema tan serio y tan frecuente que se decidió entubar definitivamente todos los ríos. Hoy quedan un par a cielo abierto, pero en condiciones verdaderamente lamentables, como el Magdalena, que luego de nacer abundante y transparente en las zonas altas del Parque Nacional Los Dinamos, en la delegación Magdalena Contreras, se vuelve apenas un delgado y maloliente hilo de agua que arrastra bolsas de plástico, pañales usados, envases, platos desechables, colchones y espuma gris en apenas un par de kilómetros.
Para los capitalinos, no es mala idea ser conscientes de que debajo del asfalto de muchas de nuestras modernas vialidades corren vigorosos ríos, como el Ameca-Canal de la Viga, el Tacubaya, Churubusco, San Joaquín, Tlalnepantla, San Javier, Chico de los Remedios, Totolinga, Los Cuartos, Hondo… y tantos más. Estos cuerpos de agua deberían recordarnos dónde tenemos la fortuna de vivir y la responsabilidad que todo esto significa o debería significar.
Inundaciones las ha habido y las habrá siempre. Basta recordar que en 1951, y debido a las fuertes lluvias, se mantuvieron durante cinco días bajo medio metro de agua en promedio las colonias Candelaria de los Patos, San Lázaro, La Condesa, Obrera, Doctores, San Pedro de los Pinos, Portales, Guerrero y Peralvillo, entre otras.
A lo largo de la historia, diversos expertos han pretendido explicar la razón de las constantes inundaciones. Una teoría muy famosa fue la que aseguró, en la segunda mitad del siglo pasado, que todo era culpa tanto de la refinería de Azcapotzalco como de la estación de trenes de Buenavista, debido a los tapones de grasa que se formaban en las alcantarillas cercanas.
La cierto es que, aunque nosotros lo olvidemos, la naturaleza lo recuerda muy bien: estamos parados en lo que era no un lago, sino muchos lagos, y cuando los seres humanos desaparezcamos, seguramente volverán a ser muchos lagos. Pero, mientras eso sucede, deberíamos aprender a convivir con la naturaleza, y el primer paso sería dejar de tirar basura en las calles, no arrojar residuos de ningún tipo a las alcantarillas, no cortar tal cantidad de árboles, plantar otros más, fabricar sistemas eficientes que permitan captar el agua de lluvia y enviarla de vuelta a los mantos freáticos, y no directamente al drenaje, como se hace ahora, y dejar de construir tantos edificios por toda la ciudad, lo cual luce lamentablemente improbable.
En fin, inundaciones en esta ciudad las habrá siempre, pero bien haríamos en ser conscientes del lugar que habitamos. Por algo se compuso la canción aquella que dice: “Guadalajara en un llano, México en una laguna…”.
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Foto principal: Secretaría del Medio Ambiente del Gobierno del Distrito Federal