Crónica de una revolución anunciada. Así podría llamarse esta conflagración de la que todo mundo supo con antelación la fecha de inicio, aunque nadie ha podido determinar cuando terminó, si es que ya lo hizo. ¿El iniciador? Este inusual personaje proveniente de Coahuila, de pequeña estatura y extrañas creencias espiritistas, pero con la fuerza de carácter para aglutinar, al menos en sus inicios, a un país que estaba cansado.
Nieto de uno de los hombres más ricos de México, el “Apóstol de la democracia”, nacido en la Hacienda El Rosario, en Parras, el 30 de octubre de 1873, disciplinado, jovial e hiperactivo, quien ya había expresado previamente sus ideas antirreeleccionistas, integró alrededor suyo un movimiento espontáneo que superó muy pronto las más optimistas expectativas y que se desbordó incontrolable para enfrentarse, como una ola, a un régimen patriarcal y autoritario, evidentemente viejo, iniciando en 1910 uno de los más grandes acontecimientos de este país.
Ni la prisión ni la presión frenaron a este luchador, quien se dio el lujo de avisar el inicio de la que ha sido tal vez la confrontación más violenta de México; una revolución anunciada para el domingo 20 de noviembre y que cobró la vida de miles, entre ellos la del propio Francisco, incapaz de dirigir la efervescencia que había destapado.
Madero fue un hombre de convicciones y de fe, un ser extraño de ideas espiritistas, envuelto en una vorágine que, al menos para él, se volvió inmanejable, pero un hombre libre que pudo entrever otro camino para un país que llevaba casi un siglo siendo menor de edad. Su figura corresponde a la de un típico mártir casi religioso, que había nacido para cumplir un destino divino, que de tan liberal llegó a mostrar sus grandes debilidades para gobernar a un país que no había aprendido a ser democrático.
Solo quince meses ocupó la presidencia y, en ellos, enfrentó varios alzamientos que provocó su gobierno, alejado de los pobres y ligado a antiguos porfiristas que siguieron en puestos de control. Nunca pudo entenderse con Zapata, eran seres de diferentes planetas. Pascual Orozco, Félix Díaz, Manuel Mondragón estuvieron siempre inconformes. Y, en la sombra estuvo el inefable Huerta, cuya presencia al lado de Madero fue siempre inexplicable.
Madero fue, evidentemente, el hombre de 1910. Pero el país violento despertó demasiado pronto del sueño. Tras uno de los momentos más tristes de nuestra historia –y más oscuros en la relación con Estados Unidos– la Decena Trágica despeñó a la institución presidencial y liberó una guerra total tras la muerte del líder de la no reelección, asesinado en los llanos cercanos a Lecumberri, el 22 de febrero de 1913, a los 39 años.
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