Por Luis Bernardo Quesada Nieto
“Con el tiempo me he preguntado ¿por qué Coyolxauhqui se convirtió en el detonador de algo tan grande? Yo no creo que haya sido porque nosotros la buscáramos. Ella nos encontró a nosotros”.
A 40 años de haber sido descubierta, el monolito de la diosa Coyolxauhqui es hoy, más que nunca, una de las piedras angulares que han forjado la identidad del México contemporáneo.
23 de febrero de 1978. La madrugada de hoy, un disco de piedra de ocho toneladas de peso fragmentado en dos fue encontrado por una cuadrilla de trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, cuando laboraban en el cruce de las calles Argentina y Guatemala, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Se trata de una representación de la diosa Coyolxauhqui. Es el hallazgo arqueológico más importante ocurrido en el Valle de México en todo el siglo XX. Su circunferencia es irregular, con un diámetro máximo de 3.25 metros y un mínimo de 3.04, tiene 30 centímetros de espesor.
Los peones que la encontraron y dieron aviso al INAH recibieron un diploma de reconocimiento y una recompensa económica de 10,000 mil pesos cada uno.
El mito de Coyolxauhqui
Según el Códice Florentino y las narraciones en náhuatl recuperadas por Fray Bernardino de Sahagún, la diosa Coatlicue, “la de la falda de serpientes”, hacía penitencia barriendo sobre la cima del cerro Coatépec, cuando del cielo cayó una pluma. La tomó y la puso sobre su vientre.
Ya que barrió, quiso tomar el plumón que había puesto sobre su vientre pero ya no lo vio. Con esto quedó embarazada […] Cuando los centzon huitznáhua (los 400 surianos) vieron que su madre estaba encinta, mucho se enojaron y dijeron:
– ¿Quién le hizo esto? ¿Quién la empreñó? Nos deshonra, nos averguenza.
Y su hermana mayor, Coyolxauhqui, les dijo:
– Hermanos mayores míos, nos avergüenza. Matemos a nuestra madre, la perversa que está preñada. ¿Quién le hizo esto? ¿De quién es el fruto de lo que lleva en su vientre?
Y cuando Coatlicue lo supo se asustó mucho. Su hijo que estaba en el vientre la consolaba, le hablaba y le decía: No te amedrentes. Yo ya sé lo que haré.
Cuando oyó Coatlicue las palabras de su hijo se tranquilizó mucho y puso en calma su corazón.
[…] Los centzon huitznáhua se pusieron de acuerdo, resolvieron que matarían a su madre debido a que los había avergonzado […] Coyolxauhqui […] enardecía a sus hermanos mayores para que mataran a su madre.
Conforme Coyolxauhqui y sus 400 hermanos avanzaron hacia la cima del Coatépec, Cuahuitlícac informa a Huitzilopochtli, aún dentro del vientre de Coatlicue, sobre las etapas del recorrido que estos van realizando: Tzompantitlan, Coaxalpan, Apétlac; luego por la ladera, hasta que han llegado a la cumbre.
Finalmente llegaron.
Coyolxauhqui dirige a la gente.
Y entonces nació Huitzilopochtli. Venía portando sus atavíos, su rodela […] y su lanzadardos azul […]. Y sus piernas estaban rayadas. Se pintó el rostro con (pintura amarilla llamada) caca de niño […]; sobre la frente y cerca de sus orejas se pegó plumón blanco. Una de sus piernas es delgada, la izquierda […].
El de nombre Tochancalqui encendió (el arma llamada) xiuhcóatl, como se lo ordenó Huitzilopochtli. Enseguida hendió con ella a Coyolxauhqui y rápidamente la decapitó. Su cabeza quedó allá, en el extremo del Coatépec y su tronco vino a caer al pie, haciéndose pedazos. En distintas partes cayeron sus brazos, sus piernas y su tronco […].
Tras dar muerte a su hermana, Huitzilopochtli alcanza a los 400 centzon huitznáhua, y también acaba con ellos.
Huitzilopochtli también se llamaba Tetzáhuitl, debido a que solo un plumón bajó para empreñar a su madre Coatlicue, porque nadie apareció como su padre. A éste lo guardaban los mexicas haciéndole ofrendas, honrándolo, sirviéndolo y Huitzilopochtli recompensaba. Este culto era originario de Coatépec, así se ha hecho desde tiempos antiguos.
Esta versión del mito, traducida del náhuatl al español por Alfredo López Austin (UNAM) y publicada en coautoría con Leonardo López Luján bajo el título Monte sagrado-Templo Mayor (2009), llega a nosotros a través del invaluable texto elaborado por Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, del siglo XVI.
En un artículo de la revista Arqueología Mexicana (Num. 102), López Austin retoma la interpretación que a principios del siglo XX hizo el arqueólogo alemán Eduard Seler, quien identificó a Huitzilopochtli con el joven Sol naciente, a Coyolxauhqui con la Luna y a los guerreros centzon huitznáhua con las estrellas, e interpretó el mito como la lucha del poder solar contra el nocturno. López refiere a “una brillante explicación de Seler” que vincula este mito con la arqueología: los puntos del recorrido que van haciendo Coyolxauhqui y sus 400 hermanos surianos (anunciados por Cuahuitlícac a Huitzilopochtli para advertirle del avance de los surianos y su comandante), evidencian una correspondencia con la arquitectura del Templo Mayor: en el mito el cerro Coatépec equivale al recinto, que es la construcción ceremonial más importante de los mexicas, en pleno corazón de la antigua Tenochtitlán.
Para honrar a Huitzilopiochtli, entre los años 1469 y 1481, el emperador Axayácatl (padre de Moctezuma II), al igual que hicieron sus predecesores, hizo tallar en piedra andesita una enorme figura de Coyolxauhqui desmembrada y la mandó colocar a los pies de la escalinata del Templo Mayor. Así, ahí, cada sacrificio ofrecido a Huitzilopochtli lo honraba reviviendo el mito de la diosa lunar, y el triunfo del Sol sobre esta.
Al igual que ella había sido arrojada desde la cima del Coatépec, los cuerpos inmolados de los cautivos de guerra eran lanzados desde lo alto del Templo y rodaban por la escalinata hasta caer, ya muertos, sobre el disco de Coyolxauhqui, que servía como recipiente sagrado.
El tiempo pasó. El Templo Mayor sufrió cambios, las ampliaciones y embellecimientos realizados por los emperadores Tízoc, en 1485, y luego Ahuízotl, en 1494, terminaron por ocultar al monolito entre capas de roca. La ampliación de Ahuízotl fue la última realizada en el recinto antes de la llegada de los españoles, y por consiguiente la que estos conocieron y destruyeron casi en su totalidad.
El hallazgo
Hace 40 años, la madrugada del 23 de febrero de 1978, Mario Alberto Espejel, trabajador de la cuadrilla 303 de la hoy extinta Compañía de Luz y Fuerza del Centro, se topó por accidente con el monolito mientras él y sus compañeros trabajaban en la construcción de una bóveda subterránea para instalaciones eléctricas:
“Limpié y salió un pedazo de color rojizo, brillante. Empecé a descubrir una cuarta parte de lo que es el penacho […]. Después retiramos la tierra […] ¡No, pues la vimos muy bonita!, pero de momento no supimos qué era”.
Era Coyolxauhqui, encontrada por Mario Alberto en su sitio original, tras 500 años de sueño. Los españoles de aquella época ni siquiera la conocieron, pues no se tomaron la molestia de escarbar por si había algo debajo del templo que destruían.
Tan pronto como tuvo noticia, el Instituto Nacional de Antropología e Historia comenzó los trabajos de exploración y excavación, la cuadrilla de trabajo suspendió sus actividades y a los pocos días Coyolxauhqui se convirtió en noticia de interés nacional e internacional.
La visita del presidente
En una muy bien documentada tesis de licenciatura, “Coyolxauhqui, de mal presagio a símbolo de la nacionalidad mexicana”, UNAM, 2010, (documento que fue de gran ayuda para la elaboración de este artículo), la periodista Carmen Mondragón (INAH) recupera la reacción del entonces presidente de la república, José López Portillo, al toparse con el monolito hallado en el centro de la Ciudad de México.
A pocos días del descubrimiento se anunció la visita de López Portillo, el 28 de febrero. Ese día, el Estado Mayor cuidaba cada paso que daba el mandatario en el sitio de la exploración, pero la impresión de éste al ver a Coyolxauhqui fue tal, que rompiendo el protocolo, decidió saltar a la excavación ensuciándose los zapatos y ahí delante de ella, dijo:
«Es fabulosa. ¿La puedo tocar? ¿Está en su lugar? ¿Y por qué tiene esa fractura? […] Esto es precioso. ¡Qué otra ciudad del mundo tiene esta posibilidad! Adelante. Lo que cueste, tienen nuestro apoyo».
Al quedar conmovido por la pieza, el presidente decidió emprender un plan de exploración científica que suponía la demolición de algunos edificios, resucitando la lucha entre los defensores de la herencia virreinal y los de la cultura antigua. Se llegó a hablar de la expropiación de una superficie de hasta 40 mil metros cuadrados, lo que implicaría la destrucción de la Catedral, el hoy Palacio de la Autonomía y la Iglesia de Santa Teresa la Antigua, entre otros inmuebles. Al final fueron alrededor de 13 mil metros y tanto la Catedral, como el Palacio y la Iglesia, se mantuvieron de pie. Hoy también vale la pena visitarlos.
Las decisiones de López Portillo ante Coyolxauhqui, el arranque del proyecto científico del Templo Mayor, el fervor social que despertó y la atención mediática sin precedentes sobre un evento de este tipo, asegura Mondragón, fueron todos fenómenos que respondieron al contexto social y a las políticas culturales de la época.
“Aquel 28 de febrero de 1978 sentí pleno y redondo el poder: podía, por mi voluntad, transformar la realidad que encubría raíces fundamentales de mi México, precisamente en el centro original de su historia… Poner, junto a la plaza donde está el templo del crucificado, el de la descuartizada”, expresó el ex mandatario.
A 35 años
Hoy, es pertinente recordar el mito de Coyolxauhqui a los 40 años de su descubrimiento. Sigue siendo la misma que cuando cumplió 18, o 25, o 33 años: los proyectos de investigación en el Templo Mayor no se han detenido desde entonces y continúan arrojando importantes conocimientos sobre lo que fuimos y somos.
El encuentro de Mario Alberto con la diosa de la Luna fue el detonante de una serie de decisiones políticas y académicas que desembocaron en el proyecto arqueológico más ambicioso y de mayor duración en México, un proyecto que en 30 años ha arrojado conocimientos fundamentales sobre la manera en que los mexicas ejercían la religión, el poder, la cosmogonía, la organización social y la cultura en general. El Proyecto del Templo Mayor, encabezado desde entonces por el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, ha aportado un invaluable acercamiento a la identidad de los pueblos del centro de Mesoamérica antes y después de la Conquista, pero también ha ayudado a comprender la compleja identidad social del México contemporáneo.
Como asegura Mondragón, el encuentro del monolito “transformaría para siempre no solo la apariencia (del centro), sino del sentir del capitalino, del mexicano, hacia un espacio donde el pasado prehispánico solo se dejaba entrever, todavía en aquel 1978, en escasas ruinas y piedras labradas con ídolos que se asomaban atrevidamente en las esquinas de las viejas edificaciones coloniales”.
Desde hace 35 años hemos sido testigos de un bloqueo permanente del área de trabajo en el corazón de la Ciudad de México, nos hemos acostumbrado a saber que ahí yace un espacio excepcional donde los especialistas se queman los ojos trabajando día y noche, postulando hipótesis, descartando teorías, haciendo ciencia.
Este lugar no para de reivindicarse con el México moderno. Los conocimientos sobre lo que fue el imperio mexica nos ayudan a comprender desde la etnografía y la antropología, no solo sobre esta cultura que dominó buena parte de Mesoamérica, sino también a dar sentido a esas emociones que el mexicano de hoy siente cuando ve ondular la bandera con el mito mexica del águila; a entender por qué los aficionados al futbol festejan con penachos de plumas la victoria de su equipo, o cómo es que parados frente a las ruinas del Templo Mayor somos perfectamente capaces de imaginar la enormidad y belleza del edificio original, teniendo a nuestros pies el monolito ensangrentado de la diosa Coyolxauhqui. Símbolos que trascienden los siglos, herencias de una gran civilización.
Glosario
Suriano: Natural del sur de México.
Xiuhcóatl: Serpiente de fuego.
*Este artículo fue primero publicado en el número 60 de la revista Mexicanísimo.