Para hablar sobre este tema, lo primero que hay que mencionar es un dato curioso: la primera persona de renombre que escribió un villancico en esta tierra –al menos de que se tenga constancia– fue Sor Juana Inés de la Cruz.
En efecto, la religiosa e insuperable autora dedicó parte de su pluma a este entrañable género. Porque sucede que, aunque ahora nos parezca imposible, los villancicos no fueron, en sus orígenes, canciones alusivas exclusivamente al nacimiento de Cristo. Aunque tenían un estribillo pegajoso, al principio fueron canciones profanas que, poco a poco, fueron tomando un matiz religioso, pero que sólo hasta el final de su evolución se convirtieron en lo que ahora son: cantos asociados con la Navidad.
El origen
Los villancicos, típicos de España, Portugal y América Latina, son una forma de oración poética y rimada. Nacieron en Europa en el siglo XV y se volvieron populares con rapidez. Cantados por un solista o a varias voces, su esencia original era narrar los sucesos relevantes que sucedían en una región determinada (algo similar a lo que hacían los juglares en solitario) pero de una manera peculiar: un grupo de aldeanos o habitantes de la villa (y de ahí su nombre) entonaban estrofas pequeñas, llamadas coplas, que iban seguidas de un coro o estribillo que resultara atractivo y sencillo para que todos pudieran aprenderlo y repetirlo con facilidad.
En estos primeros tiempos, se utilizaban básicamente para amenizar las fiestas y celebraciones. Entre los compositores clásicos del género se encuentran el poeta, músico y dramaturgo español Juan del Encina, el portugués Pedro de Escobar, el también español Francisco Guerrero, considerado joya musical del Renacimiento, y Gaspar Fernández, un virtuoso organista que al parecer nació en Portugal, aunque sus mayores logros los alcanzó en las catedrales de Guatemala y Puebla, hasta su muerte en 1629, por lo que se convirtió en uno de los primeros cimientos del villancico nacional.
En la Nueva España, el género tuvo fines básicamente evangelizadores. Tonadas sencillas, letras sin complicaciones, coros repetitivos a manera de letanía, dieron como resultado que los nativos aprendieran el catecismo de un modo práctico, sin mayor razonamiento, como un niño que repite con ritmo monótono las tablas de multiplicar.
Tan populares resultaron estas formas musicales que comenzaron a adoptarse entre cada grupo, región y pueblo al agregárseles palabras originales de cada lengua. Existen, por ejemplo, villancicos en náhuatl, tarasco y otomí que narran acontecimientos y creencias desde el punto de vista indígena, alejado de la visión española. Los primeros en contar con cancioncillas propias, íntimamente ligadas a sus costumbres y a su realidad, fueron los mulatos. Los descendientes de los esclavos africanos establecidos en esta tierra crearon los Villancicos de Negros o Negrillos, cuyas letras se llenaron con términos extraídos de sus dialectos maternos.
En esta etapa, hay que destacar las aportaciones de los compositores José de Loaiza y Agurto, Ignacio Jerusalem y, principalmente, Manuel de Sumaya, autor también de la primera ópera mexicana, quienes sentaron las bases del villancico nacional. Pero, por encima de todos, las de nuestra Décima Musa, quien escribió cantos simples, siempre sencillos y dirigidos al pueblo, que fueron interpretados durante el rezo de los maitines de algunas fiestas religiosas. Se recuerdan especialmente los dedicados a la Virgen María, a San Pedro, a San José y a San Pedro Nolasco, los cuales eran prácticamente una pequeña obra de teatro, pues narraban con sencillez la vida, obra y virtudes de cada santo en particular. Incluso, en la Nochebuena de 1689, la Catedral de Puebla se vistió de gozo, pues fue el escenario en el que se interpretó por primera vez una de las magníficas obras de Sor Juana que pasarían a la posteridad: sus Villancicos del Nacimiento.
Los cantos navideños
El villancico como ahora lo conocemos se nutrió de diversas tradiciones. Inglaterra y Francia tuvieron mucho que ver gracias a sus cánticos religiosos de temporada, llamados carol y noel, respectivamente. Algo que debemos destacar es que muchos de los villancicos que hoy interpretamos son de origen europeo y sus letras datan de los siglos XVII y XVIII. Por ejemplo, el muy famoso Adeste fideles era usado desde el siglo XVII en Portugal, España, Inglaterra y Francia; Noche de Paz, alemán de nacimiento, data de 1818; Campana sobre campana, es de origen andaluz; Los peces en el río, natural de España, y El Niño del tambor o El pequeño tamborilero, como también se le conoce, es un canto típico y muy antiguo de la República Checa.
En España, en el siglo XVI, ya se cantaba La fe del ciego, de autor anónimo, cuya primera estrofa reza: “Camina la Virgen pura, / camina para Belén, / con un niño en los brazos, / que es un gozo ver, / en el medio del camino / pidió el niño de beber”.
Ésta es precisamente la esencia de nuestros villancicos contemporáneos: el anuncio de la Navidad. La proclama cantada de la Buena Nueva, la reflexión compartida en comunidad acerca del nacimiento de un bebé cuyo destino es salvar al mundo. Se trata de congregarse hombro con hombro y así vencer el frío, de cantar a una sola voz un canto de esperanza cuyo mensaje es glorioso: en Belén ha nacido un niño; de Belén para el mundo; hoy ha nacido un niño que es el Hijo de Dios.
Alegría de las alegrías. La esperanza no sólo sigue vive y respira, sino que, justo esta misma noche, renace para cada ser humano en especial.
Los villancicos mexicanos
Aunque los cantos de temporada más famosos, y que entonamos año con año, son extranjeros, sin duda los hemos mexicanizado hasta el punto de considerarlos muy nuestros, y en realidad lo son. Muchos de ellos llevan varias generaciones con nosotros y se han convertido en una tradición inseparable al lado del ponche, las piñatas y los aguinaldos.
Un caso es muy significativo: el villancico La Marimorena, el cual, al parecer, hace alusión a la Virgen María: la Virgen Morena y por tanto mexicana. Algunos investigadores, sin embargo, afirman que su origen se remonta al siglo XVII o XVIII cuando, en Madrid, existía una cierta mujer llamada María Morena, la cual era muy dada al desorden público, sobre todo en la taberna de su propiedad. Durante una Navidad, la policía irrumpió en una iglesia para conocer la razón de un alboroto, y entre los escandalosos hallaron precisamente a María Morena sonando un gran caldero de cobre dentro del confesionario. La palabra Marimorena, por tanto, se habría convertido en sinónimo de riña o griterío y, en el villancico, de bullicio jubiloso a causa del nacimiento de Jesús.
Existen otros villancicos a los que, directa o indirectamente, los mexicanos les hemos aportado una parte indispensable de su naturaleza. Por ejemplo, el villancico Hacia Belén va una burra, también conocido como Rin Rin, menciona palabras como chocolatero y chocolatillo, derivadas de uno de los productos que México le ha aportado al mundo y que con más agrado ha sido recibido por todas las naciones: el chocolate.
Los cantos navideños originales de nuestro país, abundan, pero no son tan conocidos como los tradicionales, no por eso, empero, dejan de ser hermosos.
Uno de los más afamados es México, ángel y pastor, obra de Silvino Jaramillo, que retrata con fidelidad ese gran relajo que los mexicanos traemos dentro hasta en los momentos más solemnes: “Los ángeles y pastores hicieron un corral / dizque pa cantarle al niño / que ha nacido en el portal, / y cuando el ensayo ya va a comenzar, / y toda la gente reunida ha de estar, / uno se pega un remiendo, / otro se pega un botón, / se le reventó el guarache / al solista y no llegó, / y de aquel ensayo nada resultó (…) Y cuando el concierto ya va a comenzar / y toda la gente reunida ya está / a uno le estorba el ayate, / a otro le estorba el morral, / el solista ronco, ronco / sólo puede carraspear / y el Niño se ríe de verlos sudar”.
Fruto del mismo autor es el Villancico michoacano, el cual ha sido interpretado incluso con orquesta. En él se intercalan vocablos en lengua tarasca, lo que constituye una colorida pincelada de las tierras purépechas: “Brilla Nana Cúcuta sobre Zirahuén / Tata Jesucristo yace en el patzuén”.
Michoacán, gracias a la centenaria tradición de sus pirecuas, que le han dado forma y materia al ingenio de sus pobladores, ha sido generoso en regarle al mundo una serie de villancicos muy particulares. Uno de ellos, de bellísima letra, es Por el valle de rosas, de Bernal Jiménez, que sentencia: “Por el valle de rosas de tus mejillas / corren dos arroyitos de lagrimitas, / déjame, deja, / déjame, deja, / que ellas la sed apaguen / que me atormenta. // Duérmete, Jesús mío, / duérmete en mis brazos, / y no llores por mis pecados, / duérmete, duérmete / duérmete, duérmete, / y si llorar me sientes / no te despiertes”.
José Ángel Espinoza “Ferrusquilla”, el célebre actor y compositor sinaloense, escribió uno muy dulce y tranquilizador que lleva por título Navidad mexicana: “En Belén una estrella / anunció que llegaba / a la Tierra Jesús / y al instante en que el Niño nació / el planeta vistiose de luz. // Es Jesús manantial de amor / y de fe al igual que María y José, / y mi pueblo se entrega con doble fervor / a su guadalupana / y a su Niño Dios”.
Otra cancioncilla enternecedora originaria del suelo tricolor es Chilpayatito Dios, aunque de autor anónimo: “Chilpayatito Dios, tunita fresca, / capullito de algodón, México está de fiesta. // De petate hizo su altar, / tras los magueyes, / y se quiere cobijar con las estrellas”.
Un caso similar es el de Los pastores: “Antes de que amanezca con mucho contento / vamos a Belén a ver el portento, / antes de que amanezca con mucho consuelo, / vamos a adorar al rey de este cielo. // Vamos caminando con grande alegría / a ver a Jesús, a José y María, / sigan esa estrella por todo el camino / que nos da el anuncio del perdón divino”.
El villancico El Niño Dios posee un tono más festivo, instrumentado con aquellas viejas orquestas de pueblo, llenas de sonidos metálicos e instrumentos de viento desafinados: “Esa estrella que alumbra el Oriente / va anunciando al Mesías, / nacerá porque quiso el Cielo / de José y la Virgen María. // Pastorcillos, vengan adoremos, / a Jesús que a la Tierra vino, / a salvarnos del pecado y a enseñarnos a adorar a Dios”. Con un ritmo muy similar, canturreado con un coro de niños, destaca Zagales pastores: “Zagales pastores, venid a adorar / al Rey de los Cielos que ha nacido ya, / al Rey de los cielos que ha nacido ya. // La noche fue día y un ángel bajó / y andando entre nubes así nos habló, / y andando entre nubes así nos habló: nació el Mesías, nació el Salvador / que ha venido al mundo por el pecador”.
Pero, sin duda, el canto más universal y entrañable de la época navideña mexicana, es el utilizado para pedir y dar posada. En él, un grupo de personas llega caminando a una casa mientras porta velas en las manos y carga las figuras de los Santos Peregrinos: José y María a punto de dar a luz. Entonces, cantan, suplican a otro grupo que se encuentra adentro que los dejen entrar. “Posada te pide, amado casero, por sólo una noche la Reina del Cielo”, cantan los primeros. “Pues si es una reina quien lo solicita, ¿cómo es que de noche anda tan solita?”, responden los segundos.
Al final, revelada la identidad santa de los peregrinos, las puertas se abren. Pero este gesto simboliza mucho más para los creyentes: significa la apertura de corazones para permitir que ese Niño, nacido en esa noche, entre por entero a reinar en su vida.
Carlos Eduardo Díaz. Es periodista. Ha publicado en diversos periódicos y revistas sobre temas políticos y culturales, especialmente sobre cine y tradiciones mexicanas.