Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca.
Jorge Luis Borges
¿Qué motiva a una persona a construir una biblioteca? La pasión por la lectura, por supuesto, pero también el amor a los libros y al conocimiento. Estas razones, aunadas a la necesidad de crear una biblioteca nacional y de despertar el interés de los mexicanos por la lectura, fueron las que incitaron a Jaime Torres Bodet y a José Vasconcelos a fundar, en 1946, la Biblioteca de México, en el edificio de la Ciudadela.
Con el fin de continuar la tradición de formar una biblioteca con los acervos personales de grandes personalidades de la cultura, Conaculta adquirió las bibliotecas de cuatro intelectuales mexicanos icónicos del siglo XX: Antonio Castro Leal, Jaime García Terrés, Alí Chumacero y Carlos Monsiváis. Las salas que albergan estas colecciones están dispuestas en el orden en que fueron adquiridas, por ello, la primera es la del poeta, ensayista, diplomático, verdadero bibliófilo José Luis Martínez, cuyo acervo ya formaba parte de la Biblioteca México desde 2008. Entre los ejemplares que Martínez resguardó se encuentran desde las Actas de cabildo de la Ciudad de México datadas del siglo XVI, pasando por el tercer borrador de Picardía mexicana, corregido por el mismo José Luis, hasta las primeras ediciones de obras como Visión de Anáhuac de Alfonso Reyes.
La segunda biblioteca perteneció a Antonio Castro Leal, quien fue rector de la UNAM, director del Palacio de Bellas Artes, diplomático, escritor y, sobre todo, amante del conocimiento, pues reunió cerca de 50,000 volúmenes, entre libros y revistas, en su mayoría sobre México, pero también de literatura en francés e inglés como su asombrosa colección de y sobre Shakespeare.
Más pequeña en cantidad pero no por ello en calidad es el selecto acervo que integró el poeta y ensayista Jaime García Terrés. En los cerca de 20,000 volúmenes que adquirió, el mayor legado son las cartas que se escribió con Jorge Luis Borges, Mario Benedetti y Alejo Carpentier, por mencionar solo algunos.
El cuarto patrimonio bibliográfico le correspondió a don Alí –como sus alumnos llamaban al poeta Alí Chumacero–, conformado por 46,000 libros. Este edén de libros es afortunado por albergar una de las primeras ediciones del Quijote de la Mancha, que data de 1605 y una edición de las Obras espirituales de San Juan de Cruz. Pero si le preguntáramos al mismo don Alí –que además de poeta fue editor– cuál fue su más valiosa adquisición, sin duda la respuesta sería: el tomo de Pablo y Virginia, cuya tipografía, sumamente moderna para su época (siglo XIX) y litografías lo convertían en su libro favorito.
Para cerrar con broche de oro este recorrido por las colecciones de los más sobresalientes bibliófilos mexicanos está la de Carlos Monsiváis. En los aproximadamente 25,000 libros que conforman su biblioteca, lo mismo hay literatura gay que tomos de arte contemporáneo, historietas y catálogos de fotografía, revistas y, por supuesto, una sección sobre sus animales consentidos: los gatos. Mucho más se podría decir de estas cinco maravillosas bibliotecas, de los apasionados bibliotecarios que las cuidan y preservan, del bello recinto que las acoge o de las obras de arte que Betsabée Romero, Vicente Rojo y Francisco Toledo crearon para acompañar estos acervos, pero nada comparable a la experiencia de visitar esta bibliópolis que alberga “los tesoros de las imprentas del mundo”, tal y como lo soñó José Vasconcelos.