Helas aquí, estoicas y valientes, luchando contra todo por repoblar de matorrales las banquetas, las azoteas, las escaleras y las ventanas de nuestro país. Son las ñoras de las macetas, damas capaces de convertir cualquier cacharro en un recipiente precioso para sus azaleas, sus nardos y sus nopales. Este hermoso batallón femenino usa de todo para sus verdes objetivos: una lata de chiles, un envase de leche, un topergüer viejo y reventado, la caja de chelas de Filogonio, un velís de tiempos de don Plutarco, heredado de su abuelita, los empaques del Fab o de matapulgas del perro agradecido… todo sirve para llenar de clorofila el pavimento, los zaguanes y los andadores de la vecindad; todo se vale para que los agapandos luzcan rechulos de bonitos, las gardenias desplieguen su aroma panteonero y la sábila se reproduzca con pasión mexicana para traer curación al hígado y a la presión arterial de Macedonio.
Basta un instante en que alguien deje sin ocupar una esquina o una cornisa, para que aparezcan doña Felicitas o Romualda la del 6, con una cazuela llena de tierra y un brotecito de coliflor o de nardo para colocarla ahí́, justo donde los niños querían jugar futbol, justo donde Gastón se tropezará cien veces a partir de hoy, justo donde estaciona su bici Segismundo; y reclamaran en nombre del Sindicato Nacional de Maceteras y Similares de la República Mexicana –una asociación más grande que la de maestros, PEMEX o la CTM– el espacio recuperado para sus dalias y duraznos.
Y, como en la diversidad está el gusto, en nuestro amplio país se puede encontrar todo tipo de macetas desparramadas en el paisaje: coloridas, grises, sin forma definida, simétricas, barrocas, enormes, minimalistas, horrendas, pequeñas, esotéricas, con dibujos místicos o frases eróticas, de barro, plástico, acero, cartón o madera; todas ellas orondas y dispuestas a preñarse de naturaleza con solo mirarlas y darles algo de cariño. Como parte de la euforia, en la comunidad surge al mismo tiempo el comercio informal de vegetación por la antigua y muy recurrida vía del trueque. La abuelita de la esquina intercambia dos piecitos de enredadera por unas semillas de crisantemo; la ñora de la farmacia negocia unas nochebuenas por una pitahaya; y doña Ema hereda tres margaritas a sus hijas para que inicien su propia e invaluable colección… Bien visto, hasta parece la Bolsa Mexicana de Valores Vegetales.