Nuestro país tiene rincones maravillosos, tesoros escondidos, artesanías impecables y personajes memorables que estrujan el corazón, inspiran el trabajo y deleitan a sus contemporáneos. Una de estas grandes personalidades es una mujer de sazón inteligente, de disposición ilimitada y con ganas de presumir a su estado y a su país por medio de las recetas de su fogón. Su nombre es Betty Vázquez, embajadora nayarita y patrimonio de esa maravillosa región de México. Si alguno de ustedes quiere una buena recomendación de viaje, les sugiero San Blas, una de nuestras ventanas al Pacífico, y unos días de descanso entre los árboles frutales del hotel Garza Canela, descubriendo la imponente pesca de la región, sus olas, sus manglares en La Tovara, además de dos o tres comidas en el restaurante del hotel, bajo el amparo sabroso de Betty.
Nacida en Tepic, esta gran chef estudió en una de las mejores escuelas de gastronomía del mundo, la academia francesa Le Cordon Blue, pero notó, al volver a casa –porque siempre hay que volver– que el aprendizaje real empieza en las cocinas familiares, en las recetas hurtadas de los antepasados, en el condimento que proporciona la gente del campo y de la costa.
Hasta hoy, su historia enorgullece, porque ahora Betty es una de las embajadoras más “sabrosas” de México, interlocutora perfecta cuando se quiere conocer Nayarit, lo que la ha vuelto una eterna viajera, presente en muestras gastronómicas en Sudamérica, exposiciones internacionales o exhibiciones turísticas, siempre de la mano de la Oficina de Congresos y Convenciones de Riviera Nayarit.
Algunas personas –entre las que me cuento– tenemos bloqueado el sentido del sazón y nos cuesta trabajo entender recetas que parecen complejas fórmulas matemáticas. ¿Qué es eso de zarandear un pescado?, ¿cuánto orégano hay que poner cuando se dice “agregar al gusto”?, ¿será grave eso del sofrito? Si en algún sitio debo entrar con un diccionario en la mano, es a una cocina, por eso me parecen mágicos los personajes que hablan por medio de su comida, que enamoran, que apasionan, que endulzan la vida. Y Betty parece tener una receta para cada persona y un condimento especial para hacernos volver a San Blas por el simple gusto de probar sus platillos. Gracias a ella, este puerto se está volviendo un sitio indispensable de turismo gastronómico.
Donde ella se encuentre, la mesa se pone de manteles largos. Es un deleite escucharla hablar apasionadamente de su tierra, de esos platillos que no empiezan en el plato sino en la tierra, apreciando el origen y la elaboración de cada alimento, reconociendo y respetando el esfuerzo de campesinos y pescadores, mucho antes de ofrecer una receta al comensal. Y con humildad ella acepta ser solo una parte del proceso y busca asociarse con productores locales y decidir con ellos cómo llevar a la mesa las delicias de la zona, y en cuál temporada.
El ritmo de esta reconocida chef es impresionante porque, además de compartir lo que sabe, frecuentemente se asoma a las cocinas de las mujeres del pueblo y a las de los maestros de la cocina mundial para aprender recetas nuevas, insistiendo en que “si tú no respetas lo que haces, ¿por qué esperas que otros lo respeten?”.
En la costa nayarita –y esta es una invitación muy especial– busquen a esta mexicana innovadora, a la que no le gusta dormirse sino disfrutar de su profesión, ya que siempre recalca: “que la suerte te agarre trabajando”.