Alfonso Reyes solo, sin ayuda, a veces incluso en contra del mundo entero, forjó un legado donde floreció el pensamiento crítico. Su pluma nos regaló los poemas más dulces; su generosidad, la reflexión especializada. Fue una persona sencilla. Se trataba del clásico norteño: franco, sin complicaciones y tal vez por eso habló de todo, escribió de todo, construyó las bases del pensamiento moderno en México. Y algo más, que no es poco: fue el referente obligado de la opinión pública durante la primera mitad del siglo XX.
Fundó la revista Savia moderna, de breve duración, en la cual publicó su primer poema. Su destino estaba trazado. Hoy les presentamos algunos fragmentos de sus poemas.
Sol de Monterrey
No cabe duda: de niño,
ç
a mí me seguía el sol.
Andaba detrás de mí
como perrito faldero;
despeinado y dulce,
claro y amarillo:
ese sol con sueño
que sigue a los niños.
Ausencias
De los amigos que yo más quería
y en breve trecho me han abandonado,
se deslizan las sombras a mi lado,
escaso alivio a mi melancolía.
Se confunden sus voces con la mía
y me veo suspenso y desvelado
en el empeño de cruzar el vado
que me separa de su compañía.
La amenaza de la flor
Flor de las adormideras:
engáñame y no me quieras.
¡Cuánto el aroma exageras,
cuánto extremas tu arrebol,
flor que te pintas ojeras
y exhalas el alma al sol!
Flor de las adormideras.
Morir
¡Qué natural lo que se acaba
cuando ya se acaba por sí!
Voy con la razón satisfecha,
dormido, contento, feliz.
¡Y yo que viví tantos años,
tantos años como perdí,
sin dar oídos a la esfinge
que susurraba juanto a mí!
Yo no sabía que la vida
Se reclina y se tiene así
en esa gula de la nada
que es su diván, es su cojín.