Han pasado casi 15 años y parece una fecha muy lejana aquel 16 de junio de 2000, día en que se estrenó Amores perros, la legendaria ópera prima de Alejandro González Iñárritu, la cual se convirtió en un parteaguas del cine nacional. Parece aún más lejana a los recientes éxitos internacionales que Iñárritu –que se ha quitado el González–, logró con Birdman y The revenant, con los que alcanzó la gloria del Oscar, conquistando los más codiciados premios de la Academia: el de Mejor Película, Mejor Director y Mejor Guión Original (en los tres lleva crédito); además de Mejor Fotografía para su cómplice mexicano, el virtuoso Emmanuel “El Chivo” Lubezki, ganador de la estatuilla por tercer año consecutivo y Leonardo DiCaprio como Mejor Actor Principal.
Como es bien sabido, Iñárritu –conocido como “el Negro”– fue un precoz genio creativo en la radio y la publicidad. Tras cursar la carrera de Comunicación en la Universidad Iberoamericana, se inició como locutor en la estación radiofónica WFM en lo década de los ochenta, impulsando junto a algunos colegas como Martín Hernández un concepto que revolucionó a ese medio. Precisamente con su inseparable socio Hernández –quien también intervino en Birdman como diseñador de sonido– fundó la compañía Zeta Films, especializada en anuncios publicitarios, cortometrajes y programas de televisión.
Una constante de Iñárritu, nacido en la Ciudad de México en 1963, es su capacidad para encontrar a los aliados correctos.
Mucha gente dice que lo que él ha realizado –desde Amores perros– no es cine mexicano. Es cierto. El logro que alcanzó con Birdman y The revenant es suyo y de sus colaboradores, no del cine mexicano. Pero también hay que considerar que estamos frente a un cineasta mexicano, formado en nuestro país y que se identifica profundamente con él. De allí proviene el Iñárritu consagrado hoy como cineasta del mundo.