Chucho, el Roto. Pablo Jesús Méndez fue el nombre que adoptó. Se enamoró de una joven adinerada que sucumbió ante sus encantos. El tío de la muchacha, colérico, lo mandó encerrar, en la isla de San Juan de Ulúa, Veracruz, de donde escapó. Entonces, pulcramente vestido, a la usanza de los “rotos” (elegantes) robó y estafó a los ricos para ayudar a los pobres.
La Planchada. Se dice que se disfrazaba de enfermera, maletín en mano, y ayudaba a enfermos terminales a morir con dignidad. Nadie supo su nombre, pero la apodaban “La Planchada”.
María Sabina. Fue curandera, chamán, sanadora. Conocía a la perfección el uso ceremonial y curativo de los hongos alucinógenos oaxaqueños. Ella aseguró que “existe un mundo más allá del nuestro, un mundo que está lejos, también cercano e invisible. Ahí es donde vive Dios, el muerto y los santos…”.
El filósofo de Güémez. Nadie sabe si existió en realidad, pero se cree que nació en Güémez, municipio de Tamaulipas, y entre su amplio legado se encuentran las siguientes sentencias: “El que tenga perro que lo amarre afuera; el que no, pos que ni lo amarre”. “Las bolsas de las mujeres, son como los conventos, tienen puras madres adentro”.