En 1853, el poeta Francisco González Bocanegra escribió –más a fuerza que de buena gana– diez estrofas que, gracias a un concurso, se convirtieron en el Himno Nacional Mexicano. De aquella hermosa y bélica decena, nuestro actual himno sólo conserva cuatro, además del coro. Sin embargo, en una de las estrofas ahora omitidas, la novena, Bocanegra lanzó una especie de profecía. Describió la manera en que se honraría a los hombres y mujeres que llegaran a dar la vida por su país: Y el que al golpe de ardiente metralla / de la Patria en las aras sucumba / obtendrá en recompensa una tumba / donde brille de gloria la luz.
Las palabras son exactas, pues justo así es como luce la Rotonda de las Personas Ilustres: una plaza circular con una lámpara votiva al centro. Alrededor, los sepulcros de algunos personajes notables de nuestra historia, quienes –al igual que la estrofa– obtuvieron “en recompensa una tumba” alumbrada por una luz que jamás se apaga y que representa la ofrenda que la nación les rinde a su memoria.
Este sitio, también llamado Tabla de Dolores, fue construido en 1872 por iniciativa del presidente Sebastián Lerdo de Tejada. Ya para entonces, algunos mexicanos distinguidos habían sido sepultados en un mismo lugar: los héroes de la Independencia, cuyos restos descansaban desde 1823 en la Catedral Metropolitana incómodamente juntos, pues algunos de ellos comenzaron siendo amigos y terminaron sus días como enemigos jurados. Un siglo más tarde fueron trasladados a un lugar más adecuado y laico, la Columna de la Independencia.
Aunque originalmente fue bautizada como Rotonda de los Hombres Ilustres, desde 2003, y para tratar de promover la equidad de género, su nombre fue modificado para convertirse en Rotonda de las Personas Ilustres, en la cual, como es lógico, ni están todos los que son, ni son todos los que están. La mayoría de nuestros mexicanos célebres se encuentran repartidos entre el Ángel, el Monumento a la Revolución, el Altar a la Patria, el cementerio de la Basílica de Guadalupe, el Panteón de San Fernando y decenas de panteones ubicados a lo largo del territorio nacional. Además, otros, como el poeta Jaime Sabines, han dejado instrucciones específicas para no ser inhumados allí.
De cualquier manera, la virtud de la Rotonda radica en ser considerada un homenaje a la tolerancia, al respeto, a la igualdad, a la libertad y a la justicia. Más allá de las palabras cargadas de emotividad, esto es cierto: algunas de las personas sepultadas allí no habrían podido convivir en armonía con el resto de sus compañeros, pues están desde los liberales más puros hasta los más devotos conservadores y, desde luego, mujeres aguerridas y absolutamente feministas. La Rotonda simboliza que, pese a todo, la tolerancia, la igualdad y el respeto son posibles en un México que piensa distinto, pero que desde diversas trincheras lucha por un mismo ideal… o cuando menos por un ideal más o menos similar.
En ese lugar, los símbolos patrios juegan un papel indispensable. El escudo y la bandera siempre están presentes, y el himno se entona durante cada ceremonia en la que se rinde homenaje a quienes destacaron por sus acciones militares, cívicas o culturales.
Los nombres más reconocidos son el del muralista David Alfaro Siqueiros, el político y escritor Ignacio Manuel Altamirano, autor de Clemencia y El Zarco; Mariano Azuela, magnífico representante de la novela revolucionaria; el educador Gabino Barreda, primer director de la Escuela Nacional Preparatoria y quien introdujo el método científico a la educación elemental; Alfonso Caso, una de las mentes más lúcidas de nuestra historia; Heberto Castillo, hombre de las cien batallas desde la izquierda nacional; el compositor y fundador de la Orquesta Sinfónica de México, Carlos Chávez; y el propio Francisco González Bocanegra, quien, con sus estrofas, ayudó a moldear la identidad de su querido pueblo.