En la cosmología mexica, Nahui Olin marca la quinta era del mundo o “quinto sol,” cuya fuerza es de movimiento; tras años de sacrificio para alimentarlo y mantenerlo en vida, su final furioso se imagina cual terremoto, en un gesto de renovación extrema.
Con ese mismo nombre el Dr. Atl bautizó en 1921 a su amante, Carmen Mondragón (1893-1978), quien años antes de conocer al pintor escribiera:
Desgraciada de mí
No tengo más que un destino: morir
Porque siento mi espíritu
Demasiado amplio y grande
Para ser comprendido
Y el mundo, el hombre y el universo
Son demasiado pequeños para llenarlos…
A dix ans sur mon pupitre, 1924
De esta mujer se dice que fue bellísima y lo confirman principalmente las fotografías de Edward Weston y Antonio Garduño. Que el pudor –en una sociedad católica, más bien conservadora– era ajeno a Nahui Olin, como se ve claro en las fotos del segundo y se lee en lo escrito por ella misma. Pues, aunque poco conocidos, hoy día en el mundo literario, Nahui Olin publicó poemarios de títulos fabulosos (algunos en francés, debido a su educación temprana y a su estadía en París cuando niña, durante la Revolución Mexicana): Óptica cerebral. Poemas dinámicos (1922), Câlinement je suis dedans (“Cariñosamente estoy dentro”,1923), A dix ans sur mon pupitre (“A los diez años sobre mi pupitre”, 1924), Energía cósmica (1937). No suelen incluirse en las antologías de poetisas mexicanas. Hasta 12 años después de su muerte (el 23 de enero de 1978) en realidad no fue sostenido el reconocimiento de Nahui Olin ni como poeta ni como pintora, a pesar de haber producido 19 autorretratos, entre varias otras pinturas, y de haber expuesto su trabajo en San Sebastián, España, en 1933, y entre varios grandes en Bellas Artes, 1945. Quedó registrada como musa y provocadora, eso sí, por ejemplo, mediante el ojo de los fotógrafos mencionados, de Diego Rivera en La Creación, Santoyo y el Dr. Atl. Al fin, en 1992 su producción fue el motivo de una retrospectiva organizada por Tomás Zurián, en el Museo Estudio Diego Rivera. También Adriana Malvido ha sido clave en su resurgimiento. El extravagante personaje cobró matices melancólicos en la vejez que pasó: vendiendo imágenes de su juventud en la calle, mirando de frente al sol salir y ponerse, platicando con el mismo durante todo el transcurso del día, decayendo a solas en la misma casa de su nacimiento, durmiendo entre gatos con una sábana donde pintó a su amado muerto, el capitán de barco Eugenio Agacino y soñando con reencontrarlo en España donde nadie menos que el rey la esperaba para una exposición de su obra. Así va el mito de la mujer Nahui Olin en los relatos de Malvido, Elena Poniatowska, Zurián y la novela de Pino Cacucci.
En el artículo “Nahui Olin: ¿Una mujer de tiempos siempre por venir?”, Alejandra Osorio explica que la industria cultural mexicana ha reinscrito al sujeto Nahui Olin en un discurso sobre la vida artístico-intelectual postrevolucionaria. Ciertamente su nombre se ha colocado en el contexto de un México a la hora de su reinvención en los años veinte, tras el Porfiriato y la Revolución. Así, además de los pintores ya mencionados y de mujeres artistas como Frida Kahlo y María Izquierdo, ahí figura José Vasconcelos por su importancia en la reconstrucción cultural del país. Nahui Olin parece integrada al proyecto de modernización nacional, además de precursora de la liberación sexual femenina, por haberse atrevido a mostrar su cuerpo desnudo, publicar sus versos eróticos y amado a varios hombres. Pero Osorio considera que la necesidad de elaborar una historia congruente del pasado cultural, esto es, una imagen que cuadre, fuerza a sus sujetos a ocultar su singular complejidad; los reviste con categorías comprensibles para los receptores del relato. Se borra lo marginal. ¿Cómo hacer para pensar, en sus propios términos, al sujeto Nahui Olin? Quizá atendiendo a la mirada sobre sí misma que no dejó de trazar en autorretratos y versos, sí, pero en sus acciones también, como componente de un mismo tejido donde el cuerpo es obra. Quizá pues, sólo echando mano de un anacronismo, ya que el arte mexicano por mucho tiempo no pudo leer la acción como quehacer artístico ni el cuerpo como lugar de la obra, donde ésta consiste en vivir: gasto de sí repetido hasta la extinción. Debió saber el asombro de ser encarnada, encarnación de deseo destinada al ocaso. Al firmar Nahui Olin, ella se hacía cuerpo solar y ejecutaba la economía del don correspondiente. Como irradiación ofreció hasta el final el cuerpo por fragmentos-instantes de sí en fotografía y verso, multiplicando sus famosos ojos verdes hasta en los gatos de sus cuadros, cortándose el cabello para sacrificarlo, como explican estos retazos:
Los corté
Para amar
Para dar un poco
Del oro de mi cuerpo.
…
Para el SOL
Que viene de lejos
Hasta mí
Para amarme.
“J’ai coupé”