Cortesía: Secretaría de Turismo del estado de Hidalgo
Al norte del estado de Hidalgo, una tierra elevada esconde un impactante secreto: pasando la imponente Barranca de Metztitlán, se abre ante el viajero un mundo sorprendente, en el que las maravillas naturales rivalizan con las maravillas del hombre. Un mundo en el que el presente convive con la tradición y donde la historia resuena todavía con fuerza, trayendo a nosotros ecos desde el pasado. La Sierra Huasteca es, definitivamente, tierra de contrastes: diversos ecosistemas y estilos arquitectónicos conviven en armonía.
Visitar la Sierra Huasteca es experimentar la montaña y el desierto, vivir la aventura y la historia, conocer el legado de la orden de los agustinos, sorprenderse con el Carnaval y el Xantolo, descubrir el son y el huapango y disfrutar una de las gastronomías más ricas de la República. La ruta es sinuosa y retadora; el clima, tan variado como el paisaje. Sin embargo, la experiencia de adentrarse en la Sierra Huasteca solo puede ser descrita como el placer de descubrir un mundo escondido.
Metztitlán
El “Lugar en la Luna” (según el nombre náhuatl de Metztitlán) es la puerta de entrada a este mundo antiguo por descubrir. La Barranca de Metztitlán es la primera etapa de la ruta y un auténtico deleite por dar cabida a un paraje natural extraordinario, reconocido como Reserva de la Biósfera. Metztitlán es quizás el refugio de especies vegetales desérticas más importante de la Huasteca, un hecho que el viajero puede comprobar visitando el Santuario de las Cactáceas: se trata de un parque natural conformado por impresionantes biznagas que se levantan como centinelas sobre el pueblo de Metztitlán.
Ya en la localidad, el principal atractivo es el Exconvento de los Santos Reyes, un complejo arquitectónico bellísimo de estilo plateresco, que aún hoy constituye una de las joyas religiosas del estado de Hidalgo. Con su imponente espadaña de siete campanas, sus dos grandes efigies de cantera de San Pedro y San Pablo y sus retablos de madera bañados en oro, el Exconvento es una auténtica catapulta hacia atrás en el tiempo, como también lo es la gastronomía local, de la que destacan los tecoquitos, una especie de tortillas de papa y el pulque, que aún se elabora en la región.
San Agustín Metzquititlán
San Agustín Metzquititlán es una tranquila localidad, con agradables jardines que pintan de color sus pulcras calles. El centro de la actividad del pueblo es la Plaza de armas, rodeada de bellas jardineras y coronada por un cuidado quiosco. Ahí se encuentra el Santuario del Señor de la Salud en un estado de conservación envidiable.
San Agustín Metzquititlán recibe visitantes que solo vienen a la localidad a comprar sus famosos dulces típicos y es fácil entender la razón: los maestros artesanos del pueblo guardan con mucho cariño esta tradición que nos entrega tesoros como los jamoncillos, las palanquetas de nuez con leche y las pepitorias. Es imposible probar estas delicias y no sentir la tentación de regresar más adelante en la vida.
Zacualtipán de Ángeles
Sierra arriba un clima fresco (incluso frío) nos da la bienvenida a la amplia meseta que alberga la localidad de Zacualtipán. Aquí nació el legendario revolucionario Felipe Ángeles, que luchó con Pancho villa en la División del Norte. El hijo pródigo de Zacualtipán le dio su nombre al pueblo, pero también al Centro Cultural Felipe Ángeles, donde se realizan talleres artísticos y se montan exposiciones.
La principal atracción de Zacualtipán es la misteriosa Casa de Piedra, que sigue generando leyendas en torno a su construcción. Se trata de un edificio cincelado desde el mismísimo interior de una gran roca de piedra basáltica. Algunos atribuyen su autoría a Fray Bernardo Quezada en el siglo XVI, mientras que otros afirman que un prófugo de la justicia la creó en el siglo XVIII para usarla de refugio. Sea como sea, la edificación merece una visita por lo impresionante de su condición. Si hay tiempo, vale la pena darse una vuelta por el vecino pueblo de Tlahuelompa para probar los licores artesanales que se preparan con aguardiente de caña y frutas como zarzamora, limón, manzana y naranja.
Molango
Seguimos avanzando y llegamos a un profundo valle bañado en su parte baja por la Laguna de Ateza, rodeada de bosque de coníferas. El viajero que visita Molango puede darse una vuelta y navegar en lancha hasta la pequeña isla en el centro de la laguna o acercarse a la cascada que se encuentra a pocos minutos.
Ya en el pueblo, el legado de los frailes agustinos se aprecia en el Convento de Nuestra Señora de Loreto. Su fachada de estilo plateresco se eleva sobre unas desafiantes escaleras que hay que subir para conocer en el interior del convento a la virgen que da nombre al edificio. Tras semejante subida, lo más justo es darse gusto con la gastronomía local, que incluye deliciosos platillos como el mole de guajolote, las empanadas de alberjón o la variedad de peces de la región como la carpa, la mojarra y la lobina.
Huejutla de Reyes
La última etapa del recorrido de la Sierra Huasteca nos recibe de nuevo con clima cálido a medida que vamos bajando hacia la sierra baja y nos vamos reencontrando con palmeras y plantas desérticas. Ahora si nos encontramos a la entrada de la Huasteca Hidalguense con el pueblo de Huejutla de Reyes como anfitrión. La Plaza Revolución es un auténtico tesoro, pues en ella se encuentra el sobrio pero elegante ExConvento de San Agustín y el reloj municipal, que cada hora rinde homenaje al músico hidalguense Nicandro Castillo al reproducir su canción El Cantador.
Ahora, si se trata de música, baile y tradición, lo mejor es visitar Huejutla en noviembre para coincidir con la fiesta de Xantolo, durante la cual se celebra a los santos y a los difuntos; o bien, venir justo antes de la Cuaresma para experimentar el Carnaval, sorprenderse con los vistosos atuendos y bailar al ritmo de sones y huapangos.
En Huejutla hay que probar el xojol (tamal de piloncillo), el plato huasteco, los bocoles y la cecina fresca, así como los acitrones, charamuscas y otros platos dulces. Los valientes tienen que buscar el puesto de don Nabor Hernández, conocido como “El Coshcoro”, y pedir uno de los tradicionales zacahulies, una especie de tamal gigante que no tiene desperdicio