Es solamente una palabra, pero su significado es rico, ancestral y nutritivo. Se escucha con frecuencia en las plazas públicas, en los atrios y en algunas calles. Los domingos en Coyoacán, San Ángel, Tlalpan, Tulyehualco, Xochimilco o Azcapotzalco no serían los mismos sin estas sílabas que se extienden como un eco, como un recuerdo, como una dulce y suculenta añoranza: “Alegrías, alegrías…”.
Sí, este dulce mexicano no podría llamarse de otro modo, pues su sabor transmite júbilo, pero también un mítico misterio.
La alegría es una golosina que nació en nuestro país mucho antes del arribo de los españoles. Se fabrica con semillas de amaranto revueltas con miel o azúcar, aunque su mezcla original era con miel de maguey. De hecho, el amaranto se ha consumido en este territorio desde hace más de cuatro mil años.
La alegría es originaria de la región central. Morelos, el Estado de México, el actual Distrito Federal y sus zonas aledañas la vieron nacer. No por casualidad es precisamente aquí donde más se sigue fabricando y comercializando.
La planta del amaranto es endémica. En la antigüedad formaba parte esencial de la dieta de nuestros antepasados. Se utilizaba también como moneda de cambio y, muy importante, con fines ceremoniales.
El amaranto proviene del huauzontle, una planta comestible, semejante a un racimo, cuyo significado literal es “cabellera de amaranto”. Cuando los españoles llegaron a Tenochtitlan, el huauzontle era el cuarto cultivo de importancia después del maíz, el frijol y la chía. Tan importante era, que parte de los tributos que recibía Tenochtitlan de los diversos pueblos sometidos era, justamente, el huauzontle. Sin embargo, tras la caída de la ciudad, Hernán Cortés prohibió su cultivo, lo cual colocó a la planta en peligro de extinción.
¿Cuál fue la razón de esta medida tomada por el conquistador? Se desconoce a ciencia cierta, pero es posible que haya tenido que ver con la relación mística que los mexicas le atribuían.
Como sabemos, el dios tutelar del pueblo mexica era también su dios de la guerra, Huitzilopochtli. Algo curioso acerca de esta deidad es que sus representaciones jamás solían hacerse de barro o piedra, sino exclusivamente de semillas de amaranto.
Los mexicas llamaban a esta semilla huautli, y la asociaban directamente con la divinidad, por lo que era utilizada en las ofrendas destinadas tanto a ciertos dioses como a algunos gobernantes. Se conocían perfectamente sus valores nutricionales, los cuales, hoy sabemos, son tantos, que incluso la NASA ha incluido a este alimento en las provisiones que los astronautas llevan al espacio. Los mexicas creían que poseía también propiedades afrodisíacas y mágicas.
No obstante, la razón por la que Cortés prohibió su cultivo podría radicar en un peculiar hecho: durante las ceremonias dedicadas a Huitzilopochtli, los mexicas acostumbraban moldear imágenes de este “Colibrí zurdo” precisamente con amaranto y miel de maguey. Al finalizar el rito, se acostumbraba cortar en pedazos la figurilla y repartir los trozos entre los asistentes, quienes los consumían. En efecto, se trataba de una especie de comunión, ciertamente semejante en varios sentidos a la comunión católica. Sahagún dejó asentado que estos pedacitos de la figurilla de Huitzilopochtli eran llamados “cuerpo de dios”.
Es probable que Cortés – dado como todos los europeos de su tiempo a encontrar demonios en toda manifestación religiosa de este continente– haya visto en este rito una especie de herejía. La prohibición a este cultivo se entendería entonces.
Afortunadamente, en la actualidad el cultivo de esta planta es vigoroso, así como su consumo. La alegría se elabora tostando e inflando las semillas del amaranto y mezclándolas con miel o chocolate, en tanto que el huauzontle se prepara de diversas formas, pero la más popular consiste en capear el racimo, rellenarlo con queso y sumergirlo luego en un caldillo de jitomate. Al final, el plato se acompaña con frijoles negros y tortillas recién hechas. Un verdadero manjar de dioses.
En dulce o en salado, esta planta sigue nutriendo al ser humano y compartiendo con él su esencia mística. Después de todo, ¿qué cosa posee más magia que una auténtica alegría?