José Revueltas, un hombre y un nombre por muchos citado pero por pocos leído. Quizá porque su vida dio, y sigue dando, mucho de qué hablar en el campo de la literatura, sin embargo, su obra es para algunos cuantos una realidad incómoda de afrontar. Su temprana filiación al marxismo le trajo muchos problemas y enemigos, pero también una bibliografía de gran portento político y de denuncia social. A los 15 años ingresó al Partido Comunista Mexicano, su participación en huelgas y mítines de trabajadores agrícolas le valió dos veces su encarcelamiento en el penal de máxima seguridad de las Islas Marías, la primera en 1932 y después en 1934. Sin embargo, su mayor experiencia dentro de la cárcel fue en 1968, cuando fue recluido en Lecumberri por su actuación como líder intelectual de la huelga estudiantil del mismo año. Fue durante su estancia en esa prisión que escribió la breve pero cruda novela de El apando, que sería su última producción literaria.
Desde su ópera prima literaria Los muros de agua (1941), Revueltas deja claro su maestría en el manejo del lenguaje y la construcción psicológica de los personajes, muy al estilo de Juan Rulfo, que si bien retratan la cotidianidad y coloquialidad de la vida, no dejan de hacerlo literariamente. En Luto humano (1943) y Dios en la tierra (1944) recrea la idiosincrasia de México, mientras que en Los días terrenales (1949) y Los errores (1964) pone en tela de juicio ciertos aspectos políticos del país; sin olvidar sus importantes aportaciones teóricas y críticas que nos legó en sus obras México: una democracia bárbara (1958) y Ensayo sobre un proletariado sin cabeza (1962).
Revueltas fue un escritor contestatario, en cuyas obras siempre denunció la situación política y social de su momento, época en la cual cabe recordar que México vivió uno de los gobiernos más represivos, sobre todo frente a las ideas de izquierda de las cuales nuestro escritor era partidario, y por las cuales tanto lucho. Hoy su lucha continúa pero a través de las palabras que nos dejó:
“Nos persiguen
por eso;
por ir, por amar,
por desplazarnos
sin órdenes
ni cadenas”.
“Estoy escribiendo
y esa es mi manera de llorar”.
“Dios me preocupa como la existencia social, como sociología, pero no como un Dios por encima de los hombres o por encima de la Naturaleza”
“Yo hablo del amor en el sentido más alto de la palabra. La redignificación del hombre, la desajenación de lo propio”.
“La vida, al transcurrir, abandona objetos en el camino”.