La Ciudad de México cuenta con casi quinientos años de historia. Hoy, es una ciudad tan diversa, plural y diferente como los millones de habitantes y visitantes que la pueblan, tejiendo miles de historias sobre sus colonias, sus calles, sus monumentos, sus rincones más preciados. Jorge Pedro Uribe Llamas la recorre al mismo tiempo con la mirada experta del erudito explorador y con la ingenuidad del niño preguntándose todos los porqués. Camina entre sus calles como fundador y como turista. El resultado de sus paseos es este libro de cincuenta crónicas donde además de reflejar su conocimiento histórico deja ver su sorpresa en cada paso, en cada encuentro con los personajes capitalinos, en cada mirada a lugares de mucho interés.
Este libro va de Chalco a Tecamachalco, de la tumba de Hernán Cortés a la primera tortería de la ciudad, de la colonia Morelos a la Hacienda de los Morales, de los altares a la Santa Muerte a la Parroquia de San Sebastián Mártir con sus Cristos de caña, de un viaje en metro a un recorrido en chinampa, de una visita al primer sastre de la ciudad a un encuentro con la célebre cronista de Iztapalapa, de la invocación con los fantasmas de antes a las preguntas que siempre deja abierta la masonería, de los patrimonios en vías de extinción a los monumentos perennes, de los bares gays de República de Cuba a la Gran Logia Valle de México y de la casa de Guillermo Tovar de Teresa a la sastrería de Gilberto Ortiz en la Zona Rosa.
Esta serie de crónicas refleja el deambular del autor por la ciudad, a la manera de Walter Benjamin, quien alguna vez escribió: “Importa poco saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje”.
En ese andar perdiéndose, Jorge Pedro busca siempre introducirse más en el laberinto urbano, no importa que la ciudad termine engulléndolo. Siempre da una vuelta más, siempre vuelve a tocar la puerta y nunca se da por vencido con tal de saciar su curiosidad, de conocer más, de enamorarse más de nuestra gran urbe.
Me imagino a Jorge Pedro como un Marco Polo, región cuatro, enviado por Kublai Jan, emperador de los tártaros, a descubrir estas tierras, a la manera de Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, preguntándose por las razones por las que los chilangos vivimos en esta ciudad. Así, nuestro autor recorre lo que él llama “La ciudad de las simultaneidades”, una ciudad también imposible, multidimensional, problemática, construida de recuerdos, de sueños, de sutilezas, de memorias, de nombres, de signos y de deseos. Una ciudad fantástica en todo el sentido de la palabra. Esta ciudad mágica hizo posible que el autor encontrara a la venta su propio libro mientras los folios todavía estaban en calientitos en la imprenta.
Las crónicas dan cuenta sí de grandes monumentos, pero más importante resulta para el autor narrar sus encuentros, inesperados en muchas ocasiones, con los personajes fantásticos –pasados, presentes y futuros– que tejen las miles de realidades que conforman a la ciudad.
El libro permite vivir la metrópoli inventada por Jorge Pedro y realizar un paseo de casi quinientos años, lo mismo que la historia de la ciudad. Así, podemos, por ejemplo, platicar con Salvador Novo para que nos cuente de cómo las familias francesas, agrupadas por Revillagigedo y Bucareli, crearon la primera colonia de la ciudad; tomar un baño medicinal en los Baños Medicinales del Peñón, junto a Maximiliano o Pedro Infante; platicar con un chamán de la colonia Morelos sobre la Santa Muerte; invitar a nuestro jefe de gobierno a que se suba al metro; echarle un recito a la Virgen de los Ángeles en la colonia Guerrero; probar las tortas de Don Armando Martínez Centurión, inventor de las tortas compuestas; intentar descifrar los secretos de los masones, quienes desde el siglo XVIII practicaban el Rito Francés Moderno en un local de la actual Madero; hacer un recorrido por la literatura mexicana de la mano de Emmanuel Carballo; aprender el arte del albur en Tepito; platicar con Óscar Basante, de Casa Talavera, para, desenterrar tesoros como loza española del siglo XVI, cartas de desamor del XIX, una botella de vino de más de doscientos años; asustarse con todos los fantasmas que viven en la Ciudad de México, desde los prehispánicos y los del Virreinato hasta los que todavía se aparecen en la estación Allende del metro o en la casa de la tía Toña, en la colonia Lomas Altas; ver si calificamos para hacernos un traje a la medida en la Sastrería Gilberto Ortiz e Hijos, donde solo se visten los hombres más elegantes del planeta; tomar unos tragos en la cantina El Tío Pepe y brindar con personajes como Pancho Cachondo o Felipe Calderón; caminar con Beatriz Ramírez González para conocer los ocho barrios de Iztapalapa; descubrir las historias más divertidas de la ciudad con sus taxistas, aunque haya que pagarles dos mil pesos; escribir poemas sobre Mixcoac con Octavio Paz; deleitarnos con la sencilla y enorme sabiduría de Guillermo Tovar de Teresa; conocer las sinagogas de la ciudad; o revivir la vida en el Templo Mayor, como era hace más de cinco siglos.
Si algo podemos recriminarle al autor es que el libro tenga un final. Uno se queda con ganas de muchas crónicas más.