A México le falta un monumento al inmigrante. Por esa vía, la de quienes se han quedado en este país por elección, hemos sido bendecidos con personajes enormes. Por la puerta de la solidaridad llegaron León Felipe y Tomás Segovia, llegaron Luis Buñuel y Remedios Varo. Por la puerta de la paz se asomó gente que huía de la inconsciencia o gente que buscaba ambientes para la creación, como José Gaos y Vicente Rojo, Manolo Fábregas, Libertad Lamarque y miles de nombres más.
Somos fruto de esfuerzos meritorios, aportaciones inmensas, desgracias transformadas en sueños y en nuevas realidades, historias de vida de un sinnúmero de mexicanos no nacidos en México pero igualmente importantes en la consolidación de esta nación.
Al país le hace falta librarse de ataduras para reconocer las enormes aportaciones de estos otros mexicanos a quienes, con frecuencia, hemos visto con desconfianza o catalogado como incidentales en nuestro proceso histórico.
Hoy somos herencia maya, azteca, totonaca, tarasca, seri, pero también somos fruto de impresionantes aportaciones de comunidades educativas, de artistas y músicos, que han visto en México motivos para quedarse y motivos para trabajar aquí. Heredamos del mundo a Evanivaldo Castro, Cabinho; a Denisse de Kalaffe y Tania Libertad; a pensadores del tamaño de Enrique Dussel y Juan Gelman; a Carol Miller y Carlos Mérida; a Carmen Montejo, Augusto Monterroso y Álvaro Mutis, por mencionar solo a unos pocos. Y también ha llegado gente que sin renombre ni prestigio público han sido aquí madres y padres y han ayudado a formar esta nueva mexicanidad diversa que, para aclarar el punto, no ha sido tan nueva porque miles de personajes llegados de España durante la época del Virreinato le dieron forma a un grupo aún inconexo de tribus y grupos sociales disímbolo. México se ha hecho de fusiones y como tal tenemos en la diversidad el nombre.
Por eso han sido bienvenidos Mantequilla Nápoles y Dámaso Pérez Prado; Carlos Reynoso y Ninón Sevilla; Max Shein y Raquel Tibol; Rodolfo Tuirán y Chavela Vargas. También comunidades enteras provenientes de Rusia y Alemania (en Chihuahua, los menonitas); de Italia (en Puebla, dedicados a los lácteos); de Corea (actualmente en los negocios y la industria), por dar aquí algunos ejemplos no tan conocidos, como enormes comunidades de centroamericanos que en su paso han decidido seguir aquí, pese a que la recepción no ha sido una alfombra de flores. Gracias al amor o a un empleo, a estudios o al simple deseo de vivir en este clima y con esta comunidad contradictoria pero festiva, heredamos personajes entrañables que superan por mucho, por muchísimos, alguna pequeña escoria que, como siempre, se cuela hasta en las fiestas.
Me encanta mi país cargado de historias y sangre de todo este enorme planeta. Así pues, un brindis agradecido por Ikram Antaki, Angelina Beloff, Elena Poniatowska, Frans Blom, Gertrude Duby, Gian Franco Brignone, Leonora Carrington, Fulvio Eccardi, y familias enteras como Margrit, Marianne y Silvestre Frenk. El brindis abarca a Pedro Friedeberg y Mathias Goeritz; incluye a Jerzy Hausleber y Patrick Johansson; Guillermo Kahlo y Pal Kepenyes; Diana Kennedy y Tatsugoro Matsumoto; Franz Mayer y Tina Modotti. Y, por supuesto, a familiares de muchos de los que estamos leyendo esto, gente que no necesitó tener mole poblano en las venas para ser y sentirse mexicana. Por ellos va un brindis especial con vino mexicano, que ejemplifica, como pocas bebidas, esta herencia que se volvió deliciosamente mexicana.
Y va, por supuesto, por mi papá, que se volvió tierra en esta tierra.