Durante la Semana Mayor, los mexicanos –y turistas– que asisten al Cerro de la Estrella, se vuelven más católicos que el Papa. Ahí, cada año desde 1843 se conmemora y representa el viacrucis o Pasión de Cristo, la historia del sufrimiento –según la religión católica– del hijo de Dios por el perdón de los pecados de la humanidad; el camino de la cruz, el camino hacia la crucifixión.
Las representaciones de la Pasión tienen su origen en el siglo XIII, en Jerusalén. En México datan del siglo XVI, a la par de las pastorelas, cuando con fines evangelistas se practicaban en la Catedral. En Iztapalapa se llevó a cabo por primera vez, cuando los vecinos prometieron realizar una procesión para pedir que se terminara una epidemia de cólera que aquejaba a la región.
Participar en las representaciones es un gran honor para los “elegidos”. Solamente pueden ser parte aquellas personas oriundas de alguno de los ocho barrios tradicionales de Iztapalapa: San Lucas, La Asunción, San Ignacio, Santa Bárbara, San Pablo, San Pedro, San José y San Miguel. Todos los participantes ensayan 13 domingos consecutivos, hasta el Domingo de Ramos, cuando comienza la escenificación. Empieza con la bendición de las Palmas en la Parroquia de San Lucas. En el Jueves Santo se celebra la visita a las Siete Casas, la Última Cena, el Lavatorio en el Jardín Cuitláhuac; la oración en el Huerto de los Olivos y, finalmente, la Aprehensión, en el Cerro de la Estrella. En el Viernes Santo se lleva a cabo El Juicio, la presentación ante Poncio Pilatos, la condena y el viacrucis.
Para el papel principal, el de Cristo, se concursa y solamente puede representársele en una ocasión. El hombre debe de tener el pelo largo y ser fuerte, ya que debe recorrer el camino cargando la cruz que pesa más de 85 kilogramos. Esta ha sido donada por don Ángel Juárez, durante los últimos años.
Hoy en día, a la escenificación en Iztapalapa –declarada por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad– asisten más de dos millones de personas. Son días de fiesta, tradiciones, sincretismo y de contar una historia “a la mexicana”.