Podemos sentirnos cansados ante tanto desatino, ante tanto conflicto político-periodístico-social, ante nuestra suerte lamentable, ante las injusticias, la impunidad y el desorden, y rasgarnos las vestiduras por un país descolorido que parece irse al despeñadero. Quejarnos se vale.
O podemos asomarnos al trabajo de tantos atletas con discapacidad que, todas las mañanas, sin importar que el dólar esté a $14 o a $15 pesos, se levantan para ir a entrenar confiando en su potencialidad.
O podemos descubrir a quienes siguen trabajando en los muelles, en las embarcaciones pesqueras, en las plataformas a medio océano, y siguen ahí, sujetos a que tienen que cumplir con su trabajo.
O podemos ver a los grupos folclóricos que siguen ensayando, que siguen mostrando en el mundo el carácter del mexicano que se dobla pero no se rompe, y que descubre que la vida es ligeramente mejor cuando sonríe.
O podemos celebrar el cumpleaños de Mario Molina, el de Eduardo Matos, el de Miguel León Portilla, el de Julieta Fierro, el de tantos científicos e investigadores, hombres y mujeres, que siguen mostrando tener los recursos suficientes para competir en el mundo.
O podemos observar a los niños que siguen soñando que el mañana es de ellos y confían que nos toca a nosotros aplanarles el camino.
O podemos asomarnos a los museos para ver las posibilidades del arte que se sigue creando en México.
O podemos reconocer el valor de tantos periodistas que trabajan en condiciones complejas, aportando su verdad en beneficio de un país herido al que le urge la medicina de los ciudadanos.
O podemos gritar de gusto porque Paola Longoria sigue ganando y es ya un ídolo mundial.
O podemos ver a tantos empleados que no roban en su trabajo, no engañan a nadie, no tienen conflicto de intereses y no aceptan corruptelas.
O podemos olvidar los dolores y ver a Las Patronas, alimentando todos los días a tantos migrantes que pasan montados en el tren, tantos como su capacidad se los permita.
O podemos dejar de tirar basura, dejar de pasarnos el alto, dejar de dar mordida, aceptando que cambiar a México también es nuestra responsabilidad.
O podemos mostrar a nuestros hijos que podemos sobreponernos y esperamos que ellos lo hagan en el futuro, porque nadie nos dijo que esto sería perfecto.
O podemos mostrar al gobierno que son ellos los servidores públicos y nosotros somos quienes marcamos el rumbo.
O podemos regresar a lo mismo, y llorar por todo, lamentar todo, quejarnos de todo, porque estamos convencidos que este país no nos merece.
Respuestas hay muchas, elegir es un proceso personal.