Luis Barragán fue un filósofo sencillo, un gran poeta del espacio y, sin lugar a dudas, el arquitecto más importante del siglo XX en México, galardonado en 1980 con el máximo premio internacional al que puede aspirar un arquitecto: el premio Pritzker, equivalente al Nobel.
Don Luis nace en Guadalajara en 1902 y muere en la Ciudad de México en 1988. Su trayectoria profesional puede dividirse en tres periodos. El primero va de 1925 (fecha en que termina su carrera de ingeniero civil) a 1935. En estos años realiza sus primeras obras en Guadalajara y después de un viaje a Europa descubre a un arquitecto, poeta y paisajista francés, Ferdinand Bac, que lo marca en su carrera como arquitecto. El segundo periodo va de 1936 a 1942, ya establecido en la ciudad de México, donde realiza obras en el “estilo moderno internacional”. El tercero va de 1945 hasta su muerte, denominado “arquitectura emocional”.
La obra de Barragán es el resultado de interacciones culturales, viajes, encuentros con pintores (José Clemente Orozco, Covarrubias, Chucho Reyes, Albers), arquitectos (Bac, Le Corbusier, Neutra), escritores (Edmundo O’Gorman), poetas (Pellicer) y textos (Marco Aurelio, San Francisco de Asís, Proust).
Enfocaré la mirada a su casa-estudio, ubicada en el barrio de Tacubaya, en la Ciudad de México (1947), que pertenece al inicio del tercer periodo de su trayectoria y en la cual vivió el resto de su vida. La casa de un arquitecto que piensa, construye y habita esa casa, es siempre un proyecto en constante cambio (a diferencia de cualquier otro encargo), sujeta a transformaciones y, por vital, siempre estará inacabada. Para Barragán, su casa fue primero que nada un parteaguas en su trayectoria, en donde define el rumbo de una arquitectura con un lenguaje propio, contemporáneo y arraigado a una cultura; es, pues, una síntesis de vivencias, viajes, encuentros, búsquedas e intuiciones. Al mismo tiempo es su laboratorio, donde experimenta la poética del espacio y del jardín, su gran fascinación, donde logra espacios sublimes en que interior-exterior se funden para crear un universo. Dentro de las aportaciones que la casa deja a la arquitectura destaca el diálogo que establece entre la luz, el espacio construido y el color, consustancial a la forma y a sus materiales.
Cuando el gran arquitecto Louis Kahn visitó la casa de Luis Barragán comentó: “Su casa no sólo es una casa, es la CASA, donde cualquier hombre se puede sentir en su hogar. Sus materiales son tradicionales y su carácter eterno”.
“Toda arquitectura que no exprese serenidad no cumple con su misión espiritual. Por eso ha sido un error sustituir el abrigo de los muros, por la intemperie de los ventanales”. Luis Barragán
Su casa es un universo de constelaciones espaciales, donde ir de un espacio a otro es ir de una emoción a otra; de una sorpresa a otra. La casa nunca se nos da toda, se va descubriendo; hay que recorrerla, saborearla, dejarnos ir en el abrazo de los muros que acogen el silencio. Transitar por ella implica también un encuentro con el mundo íntimo de Barragán: sus libros, objetos, muebles, cuadros, que de repente se convierten en texturas, colores, olores… se abren los sentidos y nos descubrimos habitando el mundo de otro que a su vez nos habita: “Vuestro hogar se hará con vosotros y vosotros con vuestro hogar”, dice Adolf Loos.
El recorrido culmina en el patio-terraza del tercer nivel, en donde los muros nos enmarcan la mirada; es una ventana al cielo y ahí el espíritu se llena, se calma. La aventura ha terminado y quedamos marcados… por la magia de la belleza, tal vez.