Hace unas semanas hablaba sobre uno de los mitos en torno a Quetzalcóatl. La idea que persiste y que asegura que el enigmático dios prehispánico era un hombre de raza blanca y barba roja. Lo cierto es que alrededor de su figura se tejen una gran cantidad de leyendas y versiones, y esto es revelador, pues se trata de uno de los seres comunes a prácticamente todas las culturas de la antigüedad mesoamericana. Hablemos ahora de otro de sus aspectos, el histórico.
Quetzalcóatl es uno de los dioses más complejos del panteón mexicano, pues fue hombre y también fue dios. La traducción más conocida de su nombre es “serpiente emplumada”, aunque las dos palabras que forman su nombre –quetzal (plumas) y coatl (serpiente)– admiten diversos significados. Por ejemplo, coatl puede traducirse también como doble, gemelo, centro, ombligo, experiencia, masculinidad e incluso pecado. De hecho, coatl dio origen a la palabra coate (hermano), que en nuestros días denota al amigo: cuate. La leyenda de este personaje es fundamental para entender el dominio español sobre el imperio mexica.
Según las narraciones, Quetzalcóatl era el dios bueno, el bienamado. Representaba la unión del mundo terrenal con el mundo espiritual: la serpiente y las plumas; la tierra y el cielo. Era el dios de la vida hermosa y feliz. Su culto entre los nativos mesoamericanos es constante. Existen vestigios suyos en la cultura olmeca (1200 a 500 a. C.), aunque fue en Teotihuacán, y más tarde en Tula, donde el mito tomó mayor fuerza e importancia hasta llegar a Tenochtitlan.
Los nativos creían que todo el territorio le pertenecía a Quetzalcóatl, quien, entre sus atributos divinos, tenía la luminosidad y la dulzura. También era el inventor de la agricultura. Cuando la tribu mexica llegó a Tula, después de peregrinar en busca de su tierra prometida, conocieron una vieja leyenda. Aseguraba la historia que el jefe tolteca Mixcóatl (que reinó aproximadamente en 900 a.C.) buscaba esposa. Un día, mientras se encontraba de cacería, halló una creatura de belleza exquisita. Mixcóatl se enamoró inmediatamente y quiso tenerla. No sin trabajos, logró capturarla y se casó con ella. Pasado el tiempo, Chimalma – el cual era el nombre de esa hermosísima creatura – se tragó por accidente una piedra preciosa y quedó embarazada.
El resultado fue un niño a quien llamaron Topilzin (Nuestro Príncipe) y debido al día de su nacimiento su nombre completo fue Ce Acatl Topilzin. A muy temprana edad comenzó a recibir educación en la escuela sacerdotal de Xochicalco, donde demostró sus cualidades, habilidades y bondad que lo convirtieron en el gran sacerdote de Quetzalcóatl. Tan abundantes eran sus virtudes que prontamente se le relacionó con el mismo dios en persona y fue llamado Ce Acatl Topilzin Quetzalcóatl.
Tiempo después fundó la ciudad de Tula, para después comenzar una peregrinación acompañado del pueblo de los nonoalcas. Fueron los propios nonoalcas quienes lo enseñaron a trabajar la plata y el oro, a vestirse con ricos adornos, a cultivar el algodón y el maíz. El joven príncipe transmitió estos conocimientos a los toltecas.
Entonces, introdujo una increíble reforma: prohibió los sacrificios humanos. Las únicas ofrendas válidas serían las mariposas, las flores y el incienso. Sus súbditos tomaron esto con recelo. Amaban a su príncipe, pero no al grado de adorarlo como un dios único. Además, la ausencia de sangre de los sacrificios humanos seguramente enojaría al malvado Tezcatlipoca, rival de Quetzalcóatl. Fue justamente como sucedió.
Mientras el príncipe oraba en sus habitaciones, Tezcatlipoca se le presentó con un espejo mágico. Al mirarse, Quetzalcóatl observó a un anciano de horroroso aspecto. Si así lo veían sus súbditos, se asustarían. No podía permitirlo. En ese momento llegó otro dios del mal llamado Coyotlinahual, quien lo disfrazó con una máscara, pintura roja y plumas para ocultar su rostro deforme.
Para tranquilizarlo, ambos dioses lo invitaron a cenar. Por cortesía, Quetzalcóatl tuvo que aceptar, sin saber que el cuarto invitado, el dios Ihuimecal, había preparado un puré de tomates, cebollas, maíz, guisantes, chile, miel y pulque. El príncipe probó el platillo y no quiso comerlo. Sin embargo, su sabor era tan exquisito que no pudo resistirlo y bebió abundantemente. El efecto embriagador fue inmediato. Mientras bailaba, ordenó que fueran a buscar a su hermana Quetzalpétlatl para que probara aquel manjar. Fue lo último que recordaba. Al despertar, su hermana se encontraba acostada junto a él, desnuda y con el cabello alborotado. Quetzalcóatl había roto se voto de castidad. Fue tal su vergüenza que huyó, seguido de sus fieles nonoalcas. Se exilió en Cholula primero, después en Veracruz. En todos lados continuaba sus enseñanzas, hasta que un día decidió marcharse, pero juró regresar un día a reasumir su reino. Ese día sería justamente en su aniversario, Ce Acatl.
Según unas versiones, se inmoló en una hoguera de donde emergió una gran columna de humo que se transformó en una parvada de aves multicolores. O bien, que se hizo a la mar en una balsa de troncos amarrados con serpientes. Una tercera variante es que, al inmolarse, subió al cielo donde se convirtió en una estrella (el planeta Venus) o que sólo voló hasta aquel destino.
Aquí terminaba la leyenda que los mexicas aprendieron en Tula. Otras historias afirman que Quetzalcóatl vivió después entre los mayas, donde lo llamaron Kukulcán. Lo cierto es que precisamente en tiempos en que los mexicas esperaban el regreso del dios bueno, Moctezuma recibió noticias inquietantes: seres extraños habían arribado a las costas de Veracruz. Todo estaba a punto de cambiar.