A lo largo de nuestra historia, basta con echar una ojeada, hemos encontrado personajes brillantes, de una lucidez extraordinaria, que han enfrentado los problemas nacionales arriesgando su vida y su prestigio mientras desnudan corruptelas y malas decisiones. No ha sido fácil para ellos que, como nos sucede a muchos, de pronto se han cansado de empujar. A más de uno le ha tocado decir (con éstas u otras palabras) la frase que alguna vez Enrique Krauze escuchó de Daniel Cosío Villegas: “ya nos llevó la chingada”.
Además del gran escritor y politólogo, podemos hablar de muchos más: José Vasconcelos, Francisco Zarco, Méndez Arceo, Monsiváis, Salvador Nava, Samuel Ruiz y muchos otros que sufrieron lo indecible debido a su voz crítica. Seres heroicos a los que se debe más reconocimiento y que, sin embargo, han sido parcialmente desmentidos por el paso de los años, pues no nos ha llevado la chingada.
A todos nos ha tocado vivir “la peor época del planeta”. Es una frase que, de tan común, hasta parece gastada. Tal vez sea cierto, pues duelen más los presentes que los pasados. Pero el país no ha muerto y en diversos campos estamos mejor que antes (mucho en parte debido a esos personajes que, a fuerza de ser “piedras en el zapato”, han cambiado las condiciones). La historia nos ayuda a revisar esos pasados que hoy olvidamos y comparar los avances.
Pero la historia también ayuda a desmentir a los políticos que quieren mostrar que su época es la mejor, la perfecta, el inicio de la luz. Nos ayuda a ver nuestro caminar tambaleante, a desconfiar de los “iluminados” y a bajar del pedestal a los múltiples Nerones mexicanos.
En ambos lados de la balanza han existido liderazgos mesiánicos y depresivos, apocalípticos e inconscientes, los que tienen el poder y los que usan la razón, los que sólo aplauden y los que sólo lloran, los que operan y los que piensan, pero las sociedades han sobrevivido basando su permanencia en ellas mismas.
Es gracias a la gente que nuestra sociedad ha mejorado y librado escollos. Nuestra libertad es mucho mayor que la existente en enormes periodos de nuestra vida; la violencia aumenta en unos campos pero disminuye en otros; existen importantes rezagos y deudas históricas, pero también grandes avances y mejor calidad de vida, mejor educación y más oportunidades que hace 30, 50 o 100 años.
Con esto no invito a la resignación, no defiendo a regímenes indefendibles ni a políticos que obligan a que México avance con el freno de mano puesto, sino que trato de dar valor a una sociedad que ha cambiado; que es menos pasiva y más exigente; que lee más y se somete menos; que hoy elige y ha metido a la cárcel o sometido a juicio a muchos de los “malos de la película”. Por supuesto que faltan muchos corruptos por ir a prisión, por supuesto que se ha retrocedido en varias cosas, por supuesto que el dolor cuando es reciente es mayor que los anteriores, pero demos a nuestros padres y a nosotros mismos el reconocimiento de que hoy no es 1910, ni 1927, ni 1968.
Hoy emergen, algo muy novedoso, movimientos sin líderes aparentes o con cientos de ellos repartidos en el universo de las redes sociales. Hoy hay menos cabecillas que fotografiar, hay más sentimientos comunes impulsados por personas comunes en todos lados. La colectividad está tomando –con los riesgos que esto tiene, también debemos reconocerlo- el control. No somos todo lo que deseamos ser, pero somos mucho mejor que nuestros abuelos, al menos si lo midiéramos por nuestra capacidad para generar cambios y exigir que se hagan.
Nuestro trabajo no está en seguir creando más héroes, sino más sociedad, de ahí vienen las respuestas.