Qué sería de la Historia, de los sucesos y personajes que la componen sin esa capacidad que tenemos los hombres de ficcionalizarlos, de imaginarnos el pasado con un toque de aventura, de drama o de romance. Ya bien decía el teórico francés Roland Barthes que el ser humano necesita generar relatos para darle orden y coherencia a ese transcurrir temporal que llamamos vida. Por ello, nuestra historia está llena de leyendas, mitos y cuentos que más allá de si realmente sucedieron o no, son parte esencial de nuestra identidad y, sobre todo, del imaginario colectivo. Muchos son los relatos que conforman la historia de México, uno de ellos es la leyenda de la China Poblana.
Como toda leyenda, existen diversas versiones acerca del origen de la China Poblana, sin embargo, la más aceptada es la que a continuación relataré:
Se cuenta que en un lejano reino de la India había una princesa llamada Mirrah, que fue secuestrada por un grupo de piratas que navegaba por las costas del reino. Una vez adentro del navío, los piratas decidieron buscar a un fraile jesuita para que la bautizara, adquiriendo el nombre de Catarina de San Juan. Después de largos días de viaje en alta mar, arribaron en Manila, capital de Filipinas, que en ese entonces era uno de los puertos más importantes de comercio entre Europa y América, ahí cada año llegaba la Nao de China, el gran galeón que transportaba mercancías y esclavos del Viejo al Nuevo Mundo. Los piratas, concientes del gran valor que representaba la princesa, la pusieron en venta. Entre los comerciantes, que se arremolinaban en el puerto para conseguir los exóticos objetos orientales, estaba don Diego Carrillo y Pimentel, a quien un capitán de Puebla, llamado Miguel de Sosa, le había encomendado llevarle una esclava china para su esposa doña Margarita. Por lo que don Diego, deslumbrado al ver los grandes ojos negros y la piel morena de Catarina, la compró y enseguida se embarcaron hacia América, siendo así como por azares del destino la princesa hindú llegó a vivir a Puebla de los Ángeles.
Doña Margarita se encargó de enseñarle a Catarina la lengua castellana y a vestirse con el mismo lujo que solían hacerlo las esclavas novohispanas cuando acompañaban en sus paseos a sus damas. No obstante, cuando Catarina se quedaba en casa acostumbraba vestir ropajes sencillos que ella misma fabricaba, su atuendo incluía unas enaguas hechas de paliacates, telas que provenían de su antigua tierra india. Eran tan llamativas sus enaguas que el resto de las sirvientas copiaron su estilo. Al paso del tiempo, las poblanas mestizas fueron completando el traje, añadiéndole una holgada camisa con coloridos bordados, holanes y encajes; una cintillo con flecos plateados; medias caladas; zapatos a ras de suelo y, para cubrirse, un rebozo tejido con hilos de algodón o seda previamente teñidos de jaspe, una técnica traída de la India, que aún se practica en muchos lugares de México como Tenancingo, en el Estado de México y Santa María del Río en San Luis Potosí. De tal forma que tanto a este traje, típico de Puebla, y a las mujeres que lo portaban se les conoció como chinas poblanas.
Actualmente, este traje se ha enriquecido y adquirido distintas variantes; ahora las blusas están bordadas con finas chaquiras de colores brillantes, mientras que la falda se cubre con lentejuelas de color oro y plata que resaltan el bordado que lleva como motivo el águila del escudo nacional.
El vestido de la china poblana constituye, hoy día, una de las prendas más expresivas del mestizaje colonial, ya que conjuga las chaquiras, lentejuelas y telas que provenían del mundo oriental con los colores y la blusa de corte indígena, lo que convirtió a este ajuar en el traje nacional por excelencia.