En el cine se ha visto repetidas veces el vínculo genial que suele operar en una pareja, en un trío o en un grupo más numeroso, y en ocasiones resulta menos que imposible, a reserva del gusto o la deducción personal, saber con certeza cuál es el porcentaje de talento que cada miembro aporta. Éste es el caso que nos ocupa. El nombre de Gilberto Martínez Solares no se puede desasociar del que es, con toda certeza, el histrión más inventivo del cine mexicano, me refiero a Germán Valdés Tin Tan.
Martínez Solares fue uno de los directores claves de la época de oro y uno de los más prolíficos y exitosos, especialmente en el terreno de la comedia. Nacido en la Ciudad de México el 19 de enero de 1906 y falleció en el mismo lugar el 18 de enero de 1997, su infancia transcurrió entre la capital y Guanajuato, donde su familia había huido a causa de la Revolución. De vuelta en la ciudad, cursó estudios de leyes y luego estableció en 1929 un estudio fotográfico junto con Gabriel Figueroa. Más tarde viajó a Hollywood donde se relacionó con Alex Phillips y Antonio Moreno, futuros directores de nuestra cinematografía.
De regreso en México, luego de una estancia en París, debutó al lado de su hermano Raúl como director de fotografía en Rosario (Miguel Zacarías, 1935) y continuó participando bajo ese rol en otras producciones más. Como director se inició con El señor alcalde (1938) y con sus películas siguientes adquirió la pericia necesaria que explotaría con la desmesura histriónica de Tin Tan, con quien comenzó una brillante relación a partir de la divertidísima Calabacitas tiernas (1948), primera de una treintena de cintas que harían juntos.
Sobre su vínculo con Tin Tan el cineasta explicó lo siguiente, en una entrevista publicada en Cuadernos de la Cineteca Nacional (Tomo 4, “Testimonios Para la Historia del Cine Mexicano”, 1976): “Germán Valdés, Tin Tan, fue un cómico extraordinario, yo al principio no tenía mucha confianza ni grandes deseos de trabajar con él, porque era un poco corriente tanto en los personajes que representaba como en los lugares donde trabajaba ¿no?, carpas, teatros… un poco se debió a que mi señora me empujó ya que lo vio, no sé si en alguna película que hizo antes, el caso es que decidí colaborar con él y poco a poco me fui dando cuenta de que era un hombre sumamente inteligente, muy gracioso y dotado en todo sentidos y, con todo, lo mismo hacia cosas de agilidad que cantaba, bailaba, ponía caras, en fin, era sensacional. En realidad hicimos una especie de equipo Juan García, él y yo”.
Junto a Martínez Solares y Tin Tan, debe añadirse Juan García “El Peralvillo”, actor y estupendo dialoguista cuya aportación fue más que relevante en varias ocasiones, como sucedió en El rey del barrio (1949), una de las mejores comedias de todo el cine mexicano, donde se muestra a fondo el estilo frenético y alucinante de Tin Tan, que contagiaba al elenco que lo acompañó otras veces, como el enano Tun Tun, la inolvidable Vitola, el inefable Wolf Ruvinskis o su carnal Marcelo. Bajo la lógica elemental, legítima y honesta, de la diversión per se, este mismo grupo alumbró unas muy buenas películas, como Soy Charro de Levita (1949), No me Defiendas Compadre (1949), La marca del zorrillo (1950), El revoltoso (1951) o Lo que le pasó a Sansón (1955). La pareja se mantuvo siempre cercana hasta sus últimos filmes, Chanoc Contra el Tigre y El Vampiro y Las Tarántulas, ambas de 1971.
Martínez Solares tuvo una larga trayectoria, sumando más de 150 películas en total, pero como ocurrió con otros directores de su época, su declive comenzó demasiado pronto, o quizá no tanto, pensemos que lo suficiente para haber contribuido, con sus mejores películas, en algo que siempre se le agradecerá: hacernos reír.