Hace unos cuantos días se cumplieron 224 años del hallazgo del Calendario Azteca o Piedra del Sol. Por tratarse de uno de los monolitos antiguos más importantes y significativos de que se tenga constancia, vale la pena realizar un recorrido en torno a él.
Lo primero que hay que decir sobre esta Piedra es que se trata de un monumento en honor al sol. Según las creencias mexicas, nuestra era, la era en que vivimos, se llamaba Nahui Ollin o Quinto Sol. Consideraban que previamente habían existido cuatro eras o cuatro soles que habían desaparecido a causa de grandes tragedias, a manos de los dioses.
Para otorgarle una nueva oportunidad a la humanidad, estos mismos dioses crearon una hoguera en Teotihuacán, en la cual, uno de ellos debía inmolarse para convertirse posteriormente en el sol. El dios designado tuvo miedo de arrojarse al fuego, por lo que Nanahuatzin, el único dios pobre, enfermo y malquerido, fue designado como sucesor.
Su recompensa fue instantánea: de la pobreza pasó a la gloria. Se transformó en un enorme e imponente sol (nuestro sol, el que hoy brilla en lo alto) al que llamaron Nahui Ollin, Cuatro Movimiento.
Este sol se encontraba estático en el cielo, por lo que debían hallar la manera en que se trasladara diariamente a lo largo del firmamento. Para ello recurrieron a la sangre.
Ésta era la finalidad de los sacrificios humanos: surtir “combustible” al sol para que no detuviera su paso y, por tanto, las tinieblas – la noche – no prevalecieran sobre la luz – el día –. La razón de esto es que el Quinto Sol, al igual que todos los anteriores, podría morir en cualquier momento, y de hecho era seguro que moriría algún día. La palabra Ollin (movimiento) sugería que esta era terminaría por un gran terremoto.
La Piedra del Sol es, pues, un monumento que rinde gloria al Nahui Ollin. Esta leyenda, la Leyenda de los Soles, se encuentra plasmada en el Códice Chimalpopoca.
Pues bien, para comenzar a comentar esta Piedra, es prudente recalcar que no se trata de un calendario. Esta confusión se debe a que en uno de sus círculos están labrados los signos de los días del calendario mexica. En realidad, el monolito conmemora el tiempo creado y destruido por los dioses. Es decir, se trata de un monumento cosmogónico: representa la manera en la que los mexicas consideraban que el universo había sido forjado.
La manufactura del Calendario data aproximadamente del año 1479. Solamente 42 años antes de la caída de Tenochtitlan. Sin duda, a esto se debe que la pieza esté inconclusa; jamás fue terminada de tallar.
Labrada en un bloque de basalto, con un diámetro de 3.60 metros y un peso aproximado de 24 toneladas, se estima que se requirieron cerca de 50 mil hombres para trasladarla desde el sitio de su creación hasta la ciudad de México-Tenochtitlan.
Aunque se desconoce cuál fue la función para la cual fue elaborada, se sabe con certeza que su posición original fue horizontal y que probablemente estuvo orientada de Oriente a Poniente. Tal vez se utilizaba como plataforma ceremonial o altar para el sacrificio de prisioneros. Otras teorías presumen que se trataba de un enorme recipiente para los corazones que eran extraídos en honor al sol, o bien, de una plataforma gladiatoria.
Otra de las certezas en torno al monolito es que se encontraba pigmentada de rojo y amarillo; tonos evidentemente asociados con nuestro gran astro.
El rostro labrado que apreciamos al centro es una representación de Tonatiuh, el dios del sol, ataviado como guerrero. Su lengua es en realidad un cuchillo de pedernal (técpatl); la herramienta utilizada para extraer los corazones.
En el círculo siguiente podemos observar cuatro cuadrantes. Se trata de las cuatro etapas anteriores a la nuestra o cuatro soles previos: Jaguar, Viento, Lluvia de fuego y Agua. En ese mismo círculo, pegadas a los aretes de Tonatiuh, observamos garras de águila que sujetan un corazón cada una. El águila era la representación de la victoria, del sol y del huey tlatoani (el dirigente máximo de los mexicas).
En el siguiente círculo se encuentran representados cada uno de los días mexicas. Para ellos, un mes se formaba de 20 días. El año constaba de 18 meses. A estos 360 días se le agregaban cinco, llamados inútiles.
Finalmente, el círculo externo representa a dos serpientes de fuego. En la parte superior del monolito se tocan sus colas, en tanto que, en la parte inferior, de sus fauces emergen los rostros de dos dioses desconocidos. Estas serpientes eran las encargadas de trasladar al sol por el firmamento todos los días.
Este enorme monumento explicaba el origen mexica, su razón de ser, su misión en esta vida: alimentar al sol para evitarle la muerte.
Tras la caída de Tenochtitlan, la Piedra del Sol fue sepultada por casi tres siglos y hallada por casualidad en el costado sur de la Plaza Mayor. Entonces, las condiciones de esta tierra eran diferentes: tan sólo veinte años después, el cura Hidalgo lanzaría su famoso Grito de Dolores.