Entre el trabajo, la escuela, los pendientes y el ajetreo de la cotidianidad, planear unas vacaciones suele ser toda una odisea, implica dinero y tiempo que, la mayoría de las veces, nunca sobran y siempre faltan. Sin embargo, vacacionar no siempre es sinónimo de ir a la playa o salir del país, México posee una gran diversidad de sitios, pueblos y ciudades para visitar en cualquier escapada de fin de semana. Así, para aquellos que viven cerca del centro del país, para los amantes del pasado prehispánico y de los paisajes montañosos que la Madre Naturaleza nos ofrece está el municipio de Tula de Allende, ubicado al sureste del estado de Hidalgo.
El esplendor de Tula se remonta a tiempos prehispánicos, desde el año 900 hasta el 1150 de nuestra era. Es la primera ciudad mesoamericana del Altiplano Central de México de la cual se tiene registro histórico: linajes dinásticos, relatos de conquistas, migraciones y conflictos políticos. Esta milenaria ciudad fue habitada por los toltecas, quienes se caracterizaron por su influencia cultural y artística, la cual se expandió por casi toda Mesoamérica, así desde Teotihuacan hasta Chichen Itzá pueden apreciarse expresiones arquitectónicas semejantes a las toltecas.
En la Tula moderna se conservan vestigios de ese pasado en la zona arqueológica, en donde las piezas más representativas son los coloquialmente llamados “Atlantes”, monolitos que representan a los antiguos guerreros toltecas con sus atavíos: al frente portan una pechera en forma de mariposa y en la parte posterior un espejo; cargan un lanzadardos que en náhuatl se denominaba como atlatl, sus maxtlatl o taparrabos, así como sus tocados de plumas. Estas esculturas funcionaron originalmente como columnas para sostener el techo del templo de Tlahuizcalpantecuhtli, el dios del sol matutino o de la aurora, quien fue el dios patrono de Tula.
Otras de las edificaciones arquitectónicas que se encuentran en el sitio es el famoso “Palacio Quemado”, así llamado por los arqueólogos porque detectaron huellas y rastros de un incendio. Lo que queda de esta construcción son tres patios con columnas bellamente decoradas, lo que indica la gran importancia de quienes habitaban ese recinto. En los restos de los muros todavía pueden apreciarse representaciones de guerreros ricamente ataviados.
Asimismo se encuentran dos grandes juegos de pelota, en los cuales todavía se conservan los anillos de piedra decorados con serpientes, tan característicos de estas construcciones, además durante las excavaciones se encontraron diversos temazcales, vasijas y figurillas de arcilla, así como un tzompantli que refleja la relevancia de la guerra para los toltecas.
Al finalizar el recorrido arqueológico es obligada la visita al Museo R. Acosta, el cual resguarda los hallazgos encontrados en la zona, así como la historia de los toltecas y de la ciudad.
Tula de Allende ofrece no sólo viajes a través de su arqueología, sino también a través de su vasta naturaleza. En la presa Requena, por ejemplo, se puede dar paseos en lancha o disfrutar de un tranquilo día de campo, o bien para dar largas caminatas y disfrutar de los paisajes hidalguenses está el Cañón de las Adjuntas y Los Peregrinos de Piedra, formaciones rocosas de más de seis metros de altura, cuya antigüedad data del Plioceno, es decir, de hace 2,588,000 años. En la localidad de Santa María Macuá, se encuentra otro santuario natural: el Parque Natural los Órganos, el cual se caracteriza por el gran río que atraviesa sus montañas y llanuras.
Una visita a Tula no está completa sin antes haber probado su exquisita gastronomía, la cual se caracteriza por la típica barbacoa de borrego y los tacos de escamoles, que pueden acompañarse con un vaso de pulque, la bebida ancestral de los antiguos toltecas y los actuales hidalguenses.
Así, Tula de Allende, que recibe su nombre del árbol de tule, tan abundante en la zona, es un municipio que atesora años de historia, cultura, naturaleza y tradición para todo aquel que quiera descubrirlo.