Puede ser el legado artístico y simbólico de escultores de una raza que existió hace millones de años; lava petrificada de un antiguo volcán y moldeada por la erosión; una pirámide, edificada por una civilización prehispánica, que formaba un centro ritual y ceremonioso; una prueba tangible de la existencia e intervención de seres de otros mundos; un monumento con origen en la fabulosa Atlántida; o bien, la muestra imperecedera de la existencia de una raza de gigantes.
Lo cierto es que la Peña de Bernal, es el tercer monolito más grande del mundo con una altura de 360 metros aproximadamente. Sólo es superado por el Peñón de Gibraltar, en España; y por el Pan de Azúcar, en Brasil. La roca, de más de cuatro millones de toneladas, es el enigmático vigilante de un pequeño pero pintoresco pueblo conocido como San Sebastián Bernal, Villa de Bernal o simplemente Bernal.
No hay rincón en el pueblo en el que no esté presente la peña. Puede ser observada desde todos los lugares y día con día se configura como símbolo espiritual y de identidad de la comunidad, la cual tiene una relación cotidiana y eterna al mismo tiempo con ella. A través de los años se generó una plástica de la roca, y al igual que cuando miramos las nubes, encontramos múltiples figuras que habitan el monolito. Un gran elefante en la cima, reconocible a simple vista, encabeza la lista. Lo acompañan un simio, una tortuga, un jaguar, una morsa, un águila y una iguana, entre otros animales. Pero también hay rostros humanos: una virgen, una mujer y un niño conviven con una multiplicidad de símbolos descubiertos y otros que quedan por descifrar.
A pesar de su imponente presencia y ser el centro magnético de Bernal, hay mucho más que decir de Bernal y de su historia, habitantes, tradiciones, arquitectura y artesanías. En 1642 varias familias españolas tomaron posesión de las tierras chichimecas que son la puerta a la Sierra Gorda Queretana y fundaron Bernal. Hoy, sus estrechas y tranquilas calles están acompañadas por casas y construcciones de la época virreinal.
En el centro, el Castillo ocupa el lugar más importante en la historia bernalense. Su construcción se remonta al siglo XVII y ha sido prisión, hospital, teatro, cuartel militar y oficinas municipales. En su torre principal, un reloj alemán colocado en 1900 por órdenes del general Díaz conmemoró el comienzo del último siglo del milenio.
En muy pocas manzanas conviven varios templos religiosos, reflejo de la devoción de esta comunidad. Sobresale San Sebastián Mártir, patrono de Bernal, cuya arquitectura es mezcla de manos indígenas y españolas. Cada mayo llegan miles de peregrinos de rodillas a la Capilla de la Santa Cruz de los siglos XVIII y XIX para pagar su deuda con el Cielo. La más pequeña es la Capilla de las Ánimas, “Animitas”, donde se reza por las almas del purgatorio.
La alegría y el espíritu festivo son característicos de los habitantes de Bernal, “el pueblo que canta”. Expresan su modo de ser por medio de costumbres y tradiciones bien arraigadas. El año comienza con la celebración al santo patrono. Con la entrada de la primavera, la peña se recarga de energía positiva, por los que miles se congregan y realizan ritos sagrados, danzas, cantos y alabanzas para encender el fuego nuevo y festejar el renacer de la vida y el quinto sol. Los primeros cinco días de mayo, se llevan a cabo las fiestas más importantes, en términos de recursos y visitantes, para orar y velar a la Santa Cruz. Ésta pesa alrededor de sesenta kilogramos y es transportada hasta la cúspide de la peña por un grupo de “escaloneros”, encabezados por el “primer mayordomo”. Estos nombramientos son vitalicios y una gran distinción para quienes los obtienen. Además se festejan con gran entusiasmo el mes de la patria, la Revolución, la feria del sarape con desfile de charros, las fiestas decembrinas con la peculiaridad de los nacimientos vivientes y muchas tradiciones más.
Si de comer se trata, aquí hay para todos los tiempos. De entrada, las “gorditas” de diferentes tamaños, colores y sabores son el principal atractivo gastronómico. Tanto que en noviembre se realiza la Feria de la Gordita en la que uno se puede deleitar con las de nopalitos, las de queso, las de chicharrón o las de carne. Como plato fuerte, la res o el borrego se cocinan en todas las formas posibles: barbacoa, longaniza, cecina o carnitas. Para el postre, Bernal presenta uno de sus productos más queridos: los dulces de leche de cabra y frutas cristalizadas que se preparan siguiendo un lento proceso que puede durar más de un día.
Ahora bien, si uno quiere ir de compras, aquí se encuentran una tras otra, tiendas que venden la típica artesanía de este lugar: los tejidos de lana. Jorongos, rebozos, cobijas, camisas, faldas y pantalones se despliegan, casi siempre en blanco, en los mostradores y calles.
Por su tamaño, Bernal puede recorrerse en tan sólo unas horas. Pero por su sabor, misticismo, colorido, riqueza gastronómica, alegría y la fuerza vital de la peña, hay quienes llegan para quedarse.