Transcurría el año de 1957 y la idea de hacer una “ciudad satélite” al noreste de la Ciudad de México por el arquitecto y urbanista, Mario Pani Darqui, estaba materializándose poco a poco. En aquellos años, la urbanización del fraccionamiento Ciudad Satélite fue una idea vanguardista que rompió completamente con los cánones establecidos por la política urbana de una metrópoli en crecimiento.
Planeada como un proyecto ecologista para escapar del caos del Distrito Federal, la puerta de oro de la gran urbe, como la han llamado algunos especialistas, logró convocar al arquitecto Luis Barragán, quien fue el encargado de diseñar la plaza monumental, que funcionaría como la abertura a Ciudad Satélite.
“Mi obra es autobiográfica, como tan certeramente lo señaló Emilio Ambas en el texto que publicó sobre mi arquitectura en el Museo de Arte Moderno en Nueva York. En mi trabajo subyacen los recuerdos del rancho de mi padre donde pasé años de niñez y adolescencia, y en mi obra siempre alienta el intento de trasponer al mundo contemporáneo la magia de esas lejanas añoranzas tan colmadas de nostalgia”. Luis Barragán
Barragán invitó a participar en el proyecto al pintor Jesús Reyes Ferreira y al escultor alemán radicado en México, Mathias Goeritz. Con ello, se sumó un gran amigo y un ex compañero laboral con el que había colaborado en la construcción de las plazas de acceso al final de Avenida de las Fuentes, en el fraccionamiento Jardines del Pedregal.
Este nuevo centro urbano, que muy pronto se posicionó como el estandarte de la modernidad del país, contaría con todos los servicios para 200,000 habitantes. La intención principal del proyecto, se centraría en una construcción que juega, hasta nuestros días, con las percepciones, y en la que el paisaje en movimiento recrea un hito urbano y punto de referencia de la ciudad.
La proyección original del arquitecto Pani incluía una fuente, la cual fue descartada por Goeritz y Barragán. También se contemplaba la construcción de siete cuerpos con volúmenes de hasta 200 metros. Finalmente, se simularon edificios que dieron como resultado cinco prismas triangulares de concreto huecos, sin techos, de distintos colores y alturas. A simple vista, las Torres de Satélite cuentan con estrías en cada metro, lo cual se debe a la manera en que se dispuso la cimbra de madera para colar las estructuras que alcanzan entre 37 y 57 metros de altura.
El color de estas icónicas torres han ido cambiando a través de los años. En un principio fueron pintadas de blanco, ocre y amarillo. Con la llegada de las Olimpiadas, Goeritz sugirió que se pintaran de naranja para contrarrestar el contraste con el color del cielo. Sin embargo, en 1989, cuando Mathias participaba en la restauración de las torres, antes de asignar los colores definitivos de los prismas, falleció. Azul, rojo, amarillo, rojo y blanco serían los tonos finales.
Inspiradas en la arquitectura medieval de las torres de Gimignano, en Italia, las Torres de Satélite, ubicadas en el municipio de Naucalpan, en el Estado de México, son un conjunto escultórico sede de múltiples historias. Quien no las haya visitado quizá no sepa el significado de una estructura pionera que revolucionó el paisaje. Una realidad configurada que se antoja interminable.