Transcurría la década de los ochenta y solamente existían un par de publicaciones ajenas e independientes al poder político: Proceso y Unomásuno. México padecía una de las peores crisis de su historia y la prensa era liderada por una red de complicidades, sumisiones y conveniencias con todo aquél que se declarara “soldado del PRI”.
Años atrás, en 1976, el presidente Luis Echeverría había intervenido contra el diario Excélsior para expulsar al director Julio Scherer y a buena parte de los periodistas, debido a la irritación que provocaban ciertos artículos y editoriales relacionados con un supuesto golpe de Estado o simplemente abocados a la forma en que el entonces presidente ejercía su influencia en la silla presidencial.
La propuesta de un diario con orientación democrática y social resultaba una conjura comunista para el gobierno de Miguel de la Madrid. Era una época donde había antecedido la poca aceptación a la diversidad, en un entorno que marginaba lo mismo a los indígenas que a las mujeres, a los homosexuales y a los no priístas, a los artistas ajenos a la cultura oficial y a los migrantes.
“La razón era que desde la primera edición, nos dimos a la tarea de contar no sólo las versiones, sino también los sucesos de un país que no existía para el resto de los medios”.
Carmen Lira Saade, directora de La Jornada.
En un principio el proyecto no fue bien recibido por el empresariado. Sin embargo, la noche del 29 de febrero de 1984 en un salón del Hotel de México, la convocatoria para construir un nuevo medio informativo había sumado a sus filas científicos, académicos, artistas, cineastas, fotógrafos, políticos, escritores y luchadores sociales.
Con grandes donaciones y aportaciones en especie, La Jornada fue creciendo poco a poco gracias a la ayuda de artistas plásticos como Rufino Tamayo y Francisco Toledo, “quienes realizaron generosas e insólitas aportaciones en especie para que la iniciativa pudiera prosperar”, según cuenta Carmen Lira Saade, actual directora del diario. Gabriel García Márquez también donó con talento, se trataba de un reportaje salido de su pluma para la primera edición, Vicente Rojo fue el encargado del diseño del periódico y Juan Sepúlveda rentó el edificio de Balderas 68 para constituir las primeras oficinas del diario.
Con opciones limitadas y luego de un año de que el gobierno federal les negara la publicidad oficial, La Jornada vivió la intensidad y sobresalto del periodismo. La cobertura de los sismos de 1985 (justo en su primer aniversario), la crisis económica de 1994, el famoso “error de diciembre”, el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), la alternancia de un partido hegemónico, a manos del Partido Acción Nacional (PAN) y muchos otros eventos más fueron escenarios idóneos para el desarrollo profesional de este y otros medios.
A 30 años de su fundación, una parte de los medios de comunicación se ha dado a la tarea de crear conciencia dentro de la población. Pero la tarea es de todos, porque como dice la escritora y politóloga Denise Dresser “¿para qué sirve la experiencia, el conocimiento, el talento, si no se usa para hacer de México un lugar más justo? ¿Para qué sirve el ascenso social si hay que pararse sobre las espaldas de otros para conseguirlo? ¿Para qué sirve la educación si no se ayuda a los demás a obtenerla? ¿Para qué sirve la riqueza si hay que erigir cercas electrificadas cada vez más altas para defenderla? ¿Para qué sirve ser habitante de un país si no se asume la responsabilidad compartida de asegurar vidas dignas allí?”.