Los libros y el conocimiento que resguardan han sido históricamente el enemigo de todo estado totalitario que busca homogenizar la ideología, las creencias y los comportamientos de sus ciudadanos. Así, la censura es el arma que permite tener bajo control la manifestación de puntos de vista divergentes a los establecidos por el Estado. La Colonia en la Nueva España no fue la excepción, si bien se trató de un sistema de gobierno monárquico-eclesiástico, ejerció el poder y el control de formas muy similares a los totalitarismos del siglo XX. Una de las herramientas institucionales más atroces, pero al tiempo efectivas, para la corona española fue la Inquisición.
La Inquisición nació en el siglo XII por órdenes del papa Inocencio III, con el fin de atrapar en el sur de Francia a los cátaros y albigenses, a quienes culpaba de herejes. Domingo de Guzmán fue el enviado del papa Inocencio para evangelizar a estos pueblos, por ello la orden de predicadores que administraba a la Inquisición fue la de los dominicos. Con el tiempo la institución fue expandiéndose por toda Europa y en 1571 se instaura oficialmente en la Nueva España.
El Tribunal del Santo Oficio perseguía y castigaba absolutamente cualquier práctica contraria a las normas establecidas por la iglesia y la religión cristiana. Al igual que los gobiernos totalitarios se valía de la denuncia del pueblo para apresar a los herejes, pero ¿cómo la gente conocía e identificaba las prácticas heréticas? Pues, por medio de los edictos de fe, documentos que describían detalladamente ritos, costumbres, ceremonias y conductas ajenas a lo dictado por el cristianismo; y no sólo esto sino, por supuesto, todo libro y texto cuyo contenido atacara a la iglesia. Por ello, existe una larga lista de títulos y documentos que fueron censurados en la Nueva España por la Inquisición.
Dentro de este repertorio se encuentran El Chuchumbé y Décimas a las prostitutas de México; el primero fue un son muy afamado entre los pobladores de la Colonia durante el siglo XVIII, Humberto Aguirre Tinoco en su libro Sones de la tierra y cantares jarochos comenta que: “el Chuchumbé se propagó como tonadilla, coplas y bailes junto con la práctica de los llamados rosarios y vestidos a la moda diablesca traídos de la Habana […] al puerto de Veracruz”. Estas coplas satirizan a eclesiásticos: “En la esquina está parado/un fraile de la Merced,/con los hábitos alzados/enseñando el chuchumbé” y juegan con la erotización del cuerpo: “Y si no te aviare,/yo te aviare/con lo que le cuelga a mi chuchumbé”. La Inquisición consideró a esta letra una ofensa a “las buenas costumbres y a la moral”, por lo que se encargó de prohibirla y desaparecerla; sin embargo, actualmente continúa interpretándose y bailándose en muchas partes de México.
Por su parte, las Décimas a las prostitutas de México, como su título lo anuncia son versos dedicados a estas mujeres que social e históricamente (más aún en la Nueva España del siglo XVIII) se les ha considerado como impuras, impías e inmorales; siendo esto así era impensable la existencia de este documento. Además, cabe recordar, que canónicamente la poesía estaba inspirada y dedicada a damas de alcurnia: bellas, recatadas, piadosas, virtuosas, sobre todo, inalcanzables. Pero, al parecer, para Juan Fernández, autor de este subversivo poema, las musas de su inspiración fueron mujeres como “La Toreadora” que “a todos quiere torear,/mas siempre sale picada” o “La Montano” quien “es puta buena/porque aunque el hombre se tarde/ ella se viene temprano”.
Es así que El Chuchumbé y Décimas a las prostitutas de México son la muestra de que lo prohibido atrae y gusta más, de ahí que hayan sido rescatados de los archivos de la Inquisición y conservados hasta nuestros días por la tradición popular oral.